Por: Jesús Silva R.
Desde nuestro ejercicio docente en las cátedras universitarias de los Estudios Internacionales y la Politología, hemos visualizado un complicado escenario internacional que se desarrolla por estos días en cuanto al papel de Venezuela frente a la probable re-elección del surcoreano Ban Ki-Moon como Secretario General de la Organización de Naciones Unidas, quien en el ámbito de la América Latina contaría con el visto bueno del Presidente de Colombia Juan Manuel Santos.
Crece la polémica sobre este suceso de la política internacional, en virtud del controversial papel desempeñado por el mencionado funcionario diplomático a partir de la resolución 1.973 generada desde el Consejo de Seguridad de la ONU, la cual ha sido invocada por los Estados Unidos para agredir a Libia con el pretexto de brindar protección a los "civiles libios" cuando en verdad se trata de cuerpos armados que procuran el derrocamiento del líder Muhammar Al-Qaddafi.
En efecto, los EEUU, acompañados por Francia y Reino Unido, han alegado que Qaddafi habría emprendido ataques contra poblaciones civiles a los fines de frenar protestas supuestamente pacíficas en su contra y de ese modo mantenerse en el poder, lo cual luce manifiestamente incierto frente a las televisadas imágenes que dan fe sobre la actuación de una organización fuertemente armada que persiste en su intento por materializar un Golpe de Estado en ese país.
La irregular actividad de bombardeo desplegada por el Imperialismo Yanqui y los Estados aliados a éste, constituye una violación flagrante al Derecho Internacional Público y una evidente contravención a la comentada resolución de la ONU que no ha otorgado facultades para el desarrollo de esta campaña bélica que hasta el presente tiene como agravante, el haber sido prorrogada por noventa días más y a la que además estaría planteada añadir la incursión militar terrestre.
A estos elementos violatorios de la legalidad internacional, se suma el bombardeo teledirigido contra la propia sede residencial de Muhammar Al-Qaddafi como hecho incontrovertiblemente destinado al asesinato del mandatario libio; de allí que motive significativa preocupación en el contexto político jurídico multilateral la total ausencia de reprobación o condena del Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon, contra los cruentos crímenes que actualmente se perpetran sobre esa región del África del Norte.
Es entonces cuando al analizar el escenario latinoamericano, genera especial preocupación lo expresado por el Jefe del Gobierno Colombiano (Santos) quien ha formulado un exhorto para que UNASUR le dé su respaldo a las pretensiones re-electivas de Ban Ki-Moon, puesto que la mayoría de los países que conforman esta novel organización grannacional de Sudamérica han mantenido posturas de rechazo a la política hegemonista y guerrerista de Estados Unidos y sus principales países colaboradores.
Por lo anteriror es relevante señalar queel aparentemente apresurado pronunciamiento del Presidente Santos en apoyo a Ban Ki-Moon constituye un acto político tendiente a condicionar anticipadamente la postura que la UNASUR pudiera adoptar en este tema, la cual, a todo evento, deberá ser el resultado de la discusión interna entre los representantes de los Estados miembros de este organismo multilateral.
No obstante, el intento de ejercer influencia por parte del mandatario colombiano pareciera adquirir fuerza política sobre la base de dos factores concretos: a) La nueva etapa de avenimiento diplomático entre Colombia y Venezuela, caracterizada por el cese de la conflictividad radical que promovió Alvaro Uribe Vélez cuando ejercía la presidencia de nuestra hermana república; y b) La secretaría pro-tempore de UNASUR ejercida actualmente por Colombia en el marco de una concertación política efectuada principalmente entre los gobiernos Colombia y Venezuela y avalada por los demás miembros de esta organización.
Es esta la descripción general que corresponde al escenario político diplomático coyuntural, en principio ventajoso, para el avance de la política internacional colombiana para coronar su pretensión de brindar su apoyo a la continuidad de Ban Ki-Moon al frente de la Organización de Naciones Unidas y con ello proyectar ante el mundo un reposicionamiento de Colombia en el contexto latinoamericano, quien hasta la turbulenta época de Uribe Vélez (y las bases militares estadounidenses que estuvieron por instalarse en su territorio y el bombardeo contra Ecuador), lució aislada, o cuanto menos, disminuida frente a un mayoritario bloque de países latinoamericanos que apegados a la doctrina de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, condenaron la subordinación de Colombia al Gobierno de Estados Unidos y sus políticas expansionistas.
A todas luces, permitir la concresión de los propósitos del Presidente Santos en lo que concierne a servirse de UNASUR como plataforma de apoyo para la reelección de Ban Ki-Moon traería como consecuencia la desnaturalización de una entidad que ha sido creada como alternativa grannacional diferenciada de la Organización de Estados Americanos, en el entendido de que la primera apunta hacia la consolidación de una política latinoamericana autónoma frente al hegemonista Estados Unidos y Canadá.
En el plano hipotético de un súbito apoyo suramericano a la reelección de Ban Ki-Moon, dicha postura política podría ser leída como el manso acatamiento del bloque latinoamericano a los líneamientos internacionales de EEUU y, lo que resulta más grave todavía, una convalidación explícita a la criminal actuación imperialista (Caso Libia) que el actual Secretario General de la ONU ha cohonestado abiertamente en menoscabo del ordenamiento jurídico internacional.
Un tratamiento adecuado del Gobierno Venezolano a este episodio coyuntural de la política internacional, requiere primeramente establecer una diferenciación entre la política bilateral con Colombia y la política multilateral de la República Bolivariana de Venezuela en el concierto de las naciones del mundo. Efectivamente en lo que atañe a las relaciones con Bogotá, pertinente es proseguir difundiendo y practicando la doctrina del respeto a la política interna de cada uno de estos dos países en el marco de la no injerencia, a la vez que se mantiene la cohabitación armónica y los convenios intergubernamentales entre ambos mandatarios como valor que se sobrepone a las diferencias ideopolíticas.
En lo que involucra a la política multilateral, así como las posturas de Colombia y Venezuela han sido disímiles frente a Estados Unidos, y sin embargo tal situación no se ha afianzado como obstáculo para que ambos países lograsen superar la aguda conflictividad de la etapa de Alvaro Uribe Vélez; es igualmente pertinente en la actualidad que tanto el Gobierno de Venezuela como los factores de la propia Revolución Bolivariana hagan pública una postura propia, autónoma y soberana de nuestro país en categórico rechazo a la pretensión reelectiva del cuestionado Ban Ki-Moon, sin que ello configure una contradicción directa con Colombia.
Es estimable que el ejercicio de esta política diferenciada, obra positivamente en resguardo de la estratégica paz con Colombia, al igual que en salvaguarda del posicionamiento ideopolítico y prestigio ya obtenidos por la República Bolivariana de Venezuela en el contexto de la comunidad internacional, que en la actualidad la mantiene como vanguardia latinoamericana del antiimperialismo y factor sobresaliente en elenco de naciones que a nivel mundial, hacen resistencia frente a los desmanes belicistas del Imperio.
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