se hace camino al andar

se hace camino al andar

18 octubre, 2010

RECORDANDO A JESÚS MANUEL SILVA ALFONZO: DE GUERRILLERO A PADRE EJEMPLAR


Por: Jesús Silva R.

Publicado en Diario El Aragüeño. 18/10/10


A mi padre (05-10-1943 / 18-10-2009) in memóriam. Al cumplirse el primer año de tu transición a una eternidad que no es el cielo, sino tu transformación en la doctrina viva que guía mi camino, deseo honrar una vez más el valor de tus ejemplos. Fue mi abuela comunista María Silva quien en mi infancia me reveló lo que tu invariable prudencia prefirió guardar: Tu juventud dedicada a la lucha guerrillera en los años 60 por la creación de la patria socialista.

Más tarde, en mi trajinar político, primero como dirigente nacional de la Juventud Comunista de Venezuela y luego como abogado de la Central Comunista de Trabajadores, admiré todavía más tu indestructible convicción revolucionaria, sobre todo cuando desde cerca vi la decadencia de muchos de tus camaradas, víctimas del padecimiento que representa en la sociedad capitalista envejecer sin hacerse rico. Jamás permitiste que esa decadencia te salpicara, pues mantuviste siempre tu modesta vida de trabajo.

Tú, al igual que don Quijote, Robin Hood, Che Guevara y otros pocos testarudos, ficticios o reales, que esporádicamente surgen de donde menos se espera, te aferraste a la utopía realizable de una sociedad sin clases y a una existencia de benevolencia social generalizada. Por ti mi alma vive libre de pobrezas, porque incluso ante la peor ingratitud y los infundios, mostraste una infatigable vocación comunitaria que sólo se puede relatar con tu lenguaje: “Yo amo, yo quiero, yo doy, yo perdono”. Sólo así se explica que quien suscribe, el más íntimo discípulo y confidente de tu vida, comprenda que los beneficiarios de tu desprendimiento afectivo y material conformen hoy una lista tan larga como anónima.

Fuiste la propiedad social convertida en hombre, porque las multitudes recurrían a tu afecto y con ellas tuve que compartirte. Nuestra relación, transcurrida mayormente entre las masas, era tu socialismo de lo cotidiano, seguramente un comunitarismo que aún resultaría demasiado exótico para la sociedad actual como lo fue para mis primeros años. Siendo joven te dije privadamente: “La muchedumbre social que te rodea no es como tú. Cuídate de los Judas, los mecenas, los mercaderes y los tarifados, porque ninguno tiene tu bondad”.

Hoy, a pesar de que el tiempo me ha dado la razón sobre la moral circunstancial y voluble de algunas muchedumbres, bendigo doblemente tu apostólica contestación de aquella época: “Creeré siempre en el ser humano, creeré aunque exista la traición y ningún hombre puede arrepentirse de su propia nobleza”. De tus sabias palabras concluí: Si una parte de la especie humana está perdida, no nos perdamos nosotros; porque de los que sean como nosotros depende la esperanza de una humanidad mejor. Y fue por tu lección que me hice comunista.

Hiciste de tu hogar un increíble epicentro de donaciones sin límites. De ti aprendí el total desapego a la propiedad privada y que la familia es la unión con todas las personas. Supe que aunque tu joven generación guerrillera no logró tomar el poder, no es menos cierto que fue capaz de poner los muertos y ello merece el mayor de los respetos frente a quienes sólo han visto la revolución desde su ventana; así como admiré que después del infierno de la guerra, no desmayaste en tu lucha social y tu ternura hacia todos.

De la mano de mi madre Carmen Rivas, saliste de la prisión política del Cuartel San Carlos y volviste a la Universidad de Carabobo; juntos se titularon abogados, y en Maracay me trajeron al mundo. Me enseñaste a amar y respetar a las mujeres y como buen ambientalista te deshiciste de mi rifle para que no volviera a cazar pájaros ni iguanas. Fuiste el permanente amante de la vida que ni la lucha contra el cáncer doblegó. Y durante tu última década vital defendiste abnegadamente los derechos humanos de los adolescentes como Defensor Público Penal del estado Aragua.

Gracias por ser mi héroe, porque recordándote revivo como adulto la felicidad infantil que hasta hace un año compartimos. Hoy continuamos viviendo una lucha de clases, ahora tú, desde mi conciencia y yo desde donde esté, por tal motivo en ejercicio soberano de mi derecho a seleccionar mis afectos y mis espacios de vida; en el uso consciente de mi libertad de elegir dónde, cuándo y con quién estar para consolidar mi felicidad personal y colectiva, te ratifico mi incondicional devoción a tu magnífica herencia de amor y de doctrina.

Sueño con un mundo donde padres, madres, hijos, hijas, familias y toda la gente se ame entre sí infinitamente como tú y yo nos hemos amado. Supiste siempre que mi vida garantizaría la prolongación de tu honor y tus convicciones humanistas. Mientras viva esa continuación será nuestra feliz realidad. Los recuerdos nunca mueren.