Por: Jesús Silva R.
En su épica canción El Elegido, Silvio Rodríguez dice que “lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida”. En efecto la conmovedora frase describe los grandes sacrificios de quienes brindan su existencia a una sociedad de justicia. Para los revolucionarios, las contribuciones a la igualdad social determinan el verdadero valor del ciclo de vivencias en el planeta, pues cuando se combate con y por los explotados para vencer las formas de exclusión que nos afectan, es la propia la vida quien tarde o temprano da su premio a través del cariño de las mayorías sociales y es ese reconocimiento del pueblo por cuyos derechos se ha luchado, lo que atesora a los héroes en la memoria colectiva.
En este contexto, quienes se van físicamente, sobreviven como testimonio histórico de que la soñada sociedad del hombre y la mujer nueva es realizable. Ese colectivo solidario, honesto y desprendido, que no abunda en el régimen burgués, combate intransigentemente contra el capitalismo y es su expansión como nuevo género predominante en la sociedad lo que permitirá la construcción exitosa del Socialismo en el mundo.
Es así que personajes como Willian Lara y Guillermo García Ponce (al primero le seguí en el Ministerio de Comunicación y al segundo como colaborador del Diario Vea) fueron dignos ejemplos de una vida revolucionaria sin petulancias, dobleces ni odiosos privilegios. Por ello, para honrar la memoria de tantos héroes y derrotar definitivamente a quienes siempre usaron el poder como un templo de privilegios donde los de adentro peleaban por quedarse y los de afuera peleaban por entrar, necesario es respaldar al proyecto que históricamente ha promovido el más justo reparto de la riqueza petrolera, el mayor acceso del pueblo a la salud, la educación y la alimentación, así como el ejercicio máximo de la democracia directa a través del poder comunal.
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