Jesús Silva R.
Golpear desde adentro
la estructura del Poder Público, apoyándose en un cargo burocrático como medio
para desestabilizar el Estado de Derecho. Así se define la conducta del
Fascismo Funcionarial. Lo practica quien se aleja de sus deberes con el pueblo
y se vale de su autoridad como plataforma capaz de promover una oposición
inconstitucional contra las instituciones estatales en perjuicio del interés
social.
El funcionario del
fascismo tiene como propósito: asaltar el poder para establecer la supremacía
de su clase privilegiada. Para ello usa propaganda engañosa, lavado de cerebros
con medios de comunicación y las elecciones, pero sí de las últimas no se desprende
la victoria, entonces gana tiempo y sigue atacando por otras vías.
Para evadir el costo
de sus derrotas, el fascismo difama a las instituciones del ordenamiento
jurídico. Sueña con convertir a cada empleado público en un vil saboteador.
Acusa sin pruebas y crea la matriz mediática de que los poderes constituidos
son ilegítimos y cometen fraude contra la República Decente, o sea, contra la
alta clase fascista y sus rehenes mentales.
El fascismo puro es
una doctrina que legitima la violencia contra los derechos humanos por motivos
políticos, religiosos, raciales, etc. Mientras que el fascismo funcionarial es
un modo aparentemente pacífico de conspirar entre quienes ocupan cargos
públicos, aunque pasar a la agresividad no está condicionado por la ética sino
por la táctica de combate.
Si controla el poder
político, el fascismo degenera rápidamente en Terrorismo de Estado. Pero
mientras sea minoría opositora, intenta hacer lo dicho por la diputada
burguesa María Corina Machado: “confrontaciones no dialogantes, no electoral (…) un proceso de
atornillamiento y domesticación donde se genera un sistema de control social
total”.
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