Por: Jesús Silva R.
No se trata de
la clásica connotación sexual atribuida a la palabra "promiscuo", la
cual se caracteriza por la frecuente celebración de actos carnales de una
persona con muchas otras, sino de la anarquía implantada en internet respecto a
la posibilidad de escribir cualquier cosa, contra cualquier persona y en
cualquier momento, sin que exista mecanismo que lo impida.
Para las
personalidades públicas (representantes de instituciones o ejecutores de
oficios que atraen la atención del colectivo) es cosa común que en cualquier
espacio de la World Wide
Web se le critique, acuse, califique o señale en términos que pueden ofender su
honor y su reputación frente a la ciudadanía en general, incluso llegando al
límite de la conducta delictiva que en la legislación penal venezolana e
internacional se conoce como "injuria y difamación".
Pareciera que
el precio obligatorio que deben pagar aquellos que desempeñan actividades
notorias en la sociedad, es la exposición a ataques injuriosos y difamatorios
en internet, dada la total ausencia de mecanismos de control frente a estos
atropellos. Dueños de páginas y portales se lavan las manos alegando que no
responden por los comentarios que los internautas publican en sus websites, y
ni siquiera se comprometen a borrar las centenas de mensajes ofensivos y
discriminatorios que diariamente se exhiben.
Tal
promiscuidad de mensajes e imágenes que circulan en la red constituye una
amenaza deformante para la mente de niños, niñas y adolescentes, habida cuenta
que como mínimo promueve una naturalización del insulto y la violencia dentro
de la sociedad.
Frente a esta
atroz promiscuidad que existe en internet, cualquier persona se halla expuesta
a ser víctima de agresiones cibernéticas que lo sometan al escarnio, el odio, o
el bochorno público; ya que, además de escritos repulsivos, también mediante
montajes (simulaciones) de videos o fotos, se puede afectar la vida privada de
un ciudadano, su familia, su entorno laboral, etc.
Internet se ha
convertido en el arma predilecta de sociopatas y desadaptados sociales, quienes
bajo la cobardía del anonimato, dan rienda suelta a la publicación de sus bajas
pasiones, resentimientos, odios y conflictos personales no resueltos, en
perjuicio de un segmento mayoritario de la sociedad expuesto impunemente a la
fabricación de cualquier campaña mediática.
Ante la
ausencia de una entidad creada por el Estado Nacional, para ejercer vigilancia
contra los ataques informáticos (en sus diversas formas) y en virtud de la poco
útil legislación que hasta ahora existe en materia de delitos informáticos, la
limpieza ética y moral en internet parece hallarse en las manos de cada
ciudadano que se haga justicia por si mismo, y de los famosos hackers que han
desarrollado la destreza de sacar de circulación cualquier página web.
No obstante
esta no es la solución deseable para el problema, ya que no garantiza la
aplicación justa de sanciones a los infractores. Hasta hoy, parece que la
alternativa es combatir la promiscuidad de la web, a través de una
contraofensiva basada en más promiscuidad; al menos así lo revelan las
patéticas guerras de improperios que en facebook y twitter se contemplan todos
los días, hasta que algo o alguien le encuentre remedio.
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