se hace camino al andar

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08 febrero, 2012

Globalización, sexo, élites y mercancías


Por: Jesús Silva R.

Vivimos la época de las mercancías en la globalización, un tiempo donde la lógica indica que todo puede ser convertido en producto para la venta. De allí que los avances en ciencia y tecnología, especialmente en el último siglo, hayan servido más para la creación de nuevas necesidades artificiales, que para la solución a los problemas reales de la humanidad como el hambre, la pobreza, el analfabetismo, el crimen o las enfermedades.

Mientras la población es sistemáticamente bombardeada por películas, telenovelas y géneros musicales que exaltan el uso del cuerpo femenino voluptuoso como poderoso instrumento para conquistar fama, fortuna y admiración de los hombres y las mujeres fetichistas; existe gente que afirma que la prostitución debe ser considerada un trabajo o simplemente el oficio voluntario de personas liberales que recurren a su sexualidad para ganarse la vida. Pocos parecen darse cuenta de que hay una nociva industria de comercio sexual que promueve la cultura del erotismo con fines de lucro y aprovecha la falta de protección a niños, niñas y adolescentes frente a imágenes y mensajes deformantes que circulan libremente.

Dramática demostración de despilfarro en recursos materiales, financieros y talento humano está presente en la transnacional industria de la telefonía celular, la cual es más atractiva para los inversionistas que, por ejemplo, la construcción de hospitales públicos. Se hace obvio que el primer negocio proporciona millones de dólares por la venta de artefactos cada vez más sofisticados y costosos, mientras que la salud accesible a todos, aunque multiplica el bienestar humano, no produce dividendos monetarios y por lo tanto no es rentable

En efecto, mientras se invierten gigantescos recursos en nuevas tecnologías de información y comunicación para nuevos productos que serán lanzados al mercado; hay millones de seres humanos (niños, mujeres, hombres, personas de edad avanzada) que mueren por enfermedades curables al no tener un sistema de salud pública adecuado ni acceso económico a las costosas clínicas privadas.

Mientras los Estados gastan cifras astronómicas en armas para eventuales escenarios de guerra contra sus vecinos o hipotéticos rivales, millones de sus ciudadanos padecen la pobreza extrema por no haber gozado de oportunidades efectivas para la educación y el empleo digno. Mientras por televisión e internet se exhiben joyas y vestimentas cuyo precio supera el salario anual de cualquier obrero en América Latina, hay quienes niegan o ignoran la responsabilidad de los medios de comunicación en el alza de la violencia y la criminalidad en una juventud embriagada por el ansia de dinero fácil.

A pesar de que buena parte de la ciudadanía todavía no lo detecta, tradicionalmente los grandes poderes económicos y políticos del mundo han destinado su actividad exclusivamente a la reproducción del capital (dinero y más dinero) en sacrificio de la vida humana, especialmente de la inmensa mayoría de individuos que no pertenecen a esa privilegiada clase social empresarial, porque viven de su trabajo diario y no son dueños de industria. El desvío de esfuerzos y la falta de voluntad política convierte a empresarios y gobernantes en principales responsables de que los problemas ancestrales de la humanidad parezcan hasta hoy insuperables.

Muchos otros infortunios agobian actualmente a nuestra especie, ninguno de ellos es nuevo, aunque los adelantos científicos y técnicos los hagan más complejos y transversales. Siempre hemos estado amenazados por informaciones dañinas, sólo que ahora han aparecido medios globales para que más gente pueda acceder a ellas sin restricción. De igual forma, siempre ha existido el egoísmo, el grupalismo y las clases sociales que sólo se apropian de la riqueza ajena en perjuicio del colectivo, sólo que hoy las consecuencias de esa explotación son más desastrosas porque hay imperios más grandes y más millones de desamparados. Es decir, han crecido las desigualdades.

En definitiva no habrá solución a la pobreza, el desempleo, la insalubridad, la corrupción, la violencia, la inseguridad, la pérdida de valores morales y las demás conductas destructivas para la sociedad mientras que se tolere que los más ricos se concentren en reproducir su riqueza grupal a través del desprecio, la indiferencia, la explotación y la manipulación en contra de la mayoría arruinada de la población.

Indispensable es conocer que ninguna clase dominante renuncia al poder pacíficamente, todas ellas han sido derrotadas política o militarmente por las masas que durante épocas fueron excluidas, como por ejemplo la célebre Revolución Francesa e incluso la habida en Estados Unidos, entre otras. En contraste, el derrumbe de Grecia y Roma en su tiempo constituyeron sólida evidencia del carácter transitorio de las tiranías, asimismo el eclipse de los otomanos en la Península Ibérica, o la expulsión de los genocidas europeos que ocuparon América, África y Asia hasta el siglo pasado, revelaron la caducidad de los regímenes totalitarios y sistemas de opresión.

Son las clases rebeldes y libertarias (trabajadores, amas de casa, estudiantes, intelectuales progresistas, etc) quienes tienen todo por ganar en función de una mejor calidad de vida, están ellas obligadas por la historia a generar transformaciones radicales que permitan revalorizar el trabajo humano frente al capital industrial; reivindicar el bienestar colectivo frente a la propiedad privada y el lucro grupal; promover conciencia sobre la importancia de los sujetos más allá de los objetos; y fundamentalmente defender la supremacía de la solidaridad humanista por encima del canibalismo de la competencia.

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