Jesús Silva R.
Fue la mano (trabajando) la que desarrolló el cerebro y no viceversa, así lo destaca el genial Federico Engels en su obra El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. En efecto, desde la era primitiva de la humanidad, el trabajo ha sido la gran actividad creadora que el individuo ejerce en la naturaleza, no sólo para solventar necesidades materiales, sino también como el arte que por sí mismo hace posible la elevación intelectual, física, social y espiritual de quien trabaja.
Si el trabajo ha promovido nuestra evolución, obviamente el ocio nos perjudica; así lo revelan estudios criminológicos en que la desocupación incrementa los niveles de vicio, delincuencia y actividades informales en escenarios de alto riesgo.
Para que el trabajo retome su valor originario como derecho humano, es necesario reorganizar la economía en función de que todos trabajemos en condiciones verdaderamente dignas. Sólo el Estado revolucionario liderado por la clase trabajadora será capaz de desmontar la economía capitalista cuyas leyes apegadas al enriquecimiento de la minoría burguesa castigan a la mayoría social con explotación y desempleo.
Nuestro desarrollo nacional será proporcional a la expansión de nuestra clase trabajadora, así lo dicta el socialismo científico. Por ello, en un país premiado por la ingente renta petrolera y baja densidad poblacional en relación con su territorio, justo es defender el proyecto de soberanía sobre nuestro aparato productivo con industrias eficaces al servicio de la utilidad pública y el interés social.
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