Por: Jesús Silva R.
El predominante capitalismo mundial, que menosprecia los derechos humanos y promueve la opresión, es la justificación histórica de que los pueblos desplieguen todas las formas de lucha para conquistar su dignidad colectiva y la justicia social. Es inadmisible que donde noblemente se lucha por la igualdad, se toleren aberraciones contrarias al socialismo, una de ellas: la supremacía de elite.
Trátase de la misma que se desarrolló en los tiempos de la funesta Perestroika e impuso a la clase burocrática como nuevo bloque dominante sobre el resto de la sociedad. Según esta lógica, los capitalistas son armónicamente sustituidos por nuevos burócratas, con iguales poderes plenipotenciarios en un régimen continuista de la desigualdad donde irremediablemente unos deben mandar y otros obedecer. Sépase que sea cual fuere la estructura jerárquica y los niveles de responsabilidad, todos tenemos derechos y obligaciones.
Sólo quienes ignoran el propósito del Estado Social de Derecho y de Justicia, pretenden que las órdenes no se discutan y que el subalterno adopte la sumisión como ley para sobrevivir. Son agentes desfasados de la época revolucionaria, afectados por un instinto esclavista más anacrónico que el de la Burguesía, la cual en su Derecho ya consagró instituciones como el Debido Proceso, el Derecho a la defensa, el Derecho a ser oído, la Presunción de inocencia, la Apelación y hasta el Recurso de Amparo en casos de indefensión. Definitivamente el socialismo no tolera el abuso de poder, mucho menos ciudadanos de primera y de segunda.
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