Por: Jesús Silva R.
Generalmente discriminamos a quien no conocemos. Siempre es más fácil pensar lo peor de aquel que es distinto en vez de darnos la oportunidad de entenderlos mejor y tal vez descubrir el tesoro que guardan dentro de sí, más allá de la apariencia. Por ello creemos firmemente que ni el aspecto físico, ni raza, religión, política, género o cualquier otra característica de un ser humano debería ser motivo de prejuicio o menosprecio por parte de la sociedad.
El estereotipo globalizado de belleza nos seduce, mientras permanecemos indiferentes a otras formas sublimes de la naturaleza humana como el alma, las ideas, los sentimientos y otras virtudes que no son perceptibles a primera vista pero existen.
Hay personas que poseen enorme belleza física, otras tienen dinero, algunas fama o poder político, pero ninguna de esas cualidades debería distanciarles con respecto a quienes aparentemente no poseen tales atributos. El mundo está lleno de seres incomprendidos y héroes anónimos que no logramos ver superficialmente.
Todo lo anterior tiene que ver con esta historia basada en la vida real, un relato que nos deja una lección profundamente humana y que merece ser contado porque nos hará reflexionar.
Se trata del Hombre Elefante, un personaje que realmente existió y se llamó Joseph Merrick (1862-1890). Nació en Inglaterra y recibió este apodo por terribles deformaciones en su cuerpo a causa del extraño Síndrome de Proteus.
No obstante, lo más fascinante de este hombre no fue el valor científico del descubrimiento de su rara enfermedad, sino el digno ejemplo materializado en su conducta ética para asumir la vida; pues a pesar de su tragedia corporal y la agresión social que padeció, siempre demostró un espíritu genuinamente noble hacia las personas, provisto de una sensibilidad que nunca cedió espacio a la amargura.
Junto a estas virtudes, fue valiente al luchar contra sus limitaciones físicas, ya que por su origen humilde y la muerte de su madre, desde los 11 años tuvo que trabajar en la calle para sobrevivir. Fueron estos esfuerzos los que más tarde le acreditaron el reconocimiento de su país.
El antropólogo Ashley Montagu, escribió una obra titulada: “Un Estudio sobre la Dignidad Humana” que bien define la esencia de su historia. En 1980 una extraordinaria película nominada al Oscar rindió tributo a quien con el avance de su anomalía halló en el circo el último medio de supervivencia. Allí se ven los abusos de sus explotadores, el sadismo de las multitudes que iban a verle y la heroicidad de sus compañeros del circo, tan anormales y maltratados como él (los enanos, la mujer barbuda, los mellizos siameses, entre otros), fueron éstos los únicos en protegerlo y brindarle el trato digno que la gente “normal” jamás le dio.
Sin duda, estos hechos nos hacen meditar sobre quiénes son los verdaderos monstruos y si lo verdaderamente repulsivo es la apariencia o la conducta.
Viviendo en la sociedad discriminatoria de hoy, cuya moral es agresiva contra todo aquél que es “diferente”, por razones de raza, cultura o nivel social, cualquiera podría ser el nuevo hombre elefante, quizá por está razón el incomprendido y mundialmente difamado, Michael Jackson, expresó su identificación con este personaje. Joseph pasó sus años finales en el Royal London Hospital, entre el afecto y la admiración de su comunidad; allí mostró inteligencia y cultura excepcionales, así como un especial talento de poeta que atrajo a la Princesa de Gales a su elenco de ilustres visitantes.
Sus manuscritos permanecen en ese lugar hoy hecho museo, traduzco aquí uno de ellos: “Es cierto que mi forma es algo extraña, pero culparme a mí es culpar a Dios; si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo, procuraría no fallar en complacerte. Si yo pudiese extenderme de polo a polo, o abarcar el océano con una mano abierta, pediría que se me midiese por mi alma, porque la real medida del hombre es su mente”.
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http://www.kaosenlared.net/noticia/el-hombre-elefante-existio
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