Por: Jesús Silva R.
Invitado por una de esas organizaciones no gubernamentales patrocinadas por intereses antinacionales, llegó de visita a nuestro país, el señor Mario Vargas Llosa, figurando entre sus credenciales, su condición de ex peruano, ex comunista, ex candidato presidencial y ex dirigente político. Seguramente este perfil haga pensar que sus mejores tiempos pertenecen al pasado, aquellos días vibrantes de 1967 cuando al recibir el prestigioso premio Rómulo Gallegos, el joven escritor declaraba “la literatura es fuego” y resplandecían ideas revolucionarias. Hoy de aquel escritor solo nos queda un nostálgico recuerdo, como sucede con todos los que como él, renegaron de si mismos y cayeron en el abismo sin retorno de los antihistóricos y los desclasados.
En el siglo XXI, cuando han reaparecido maravillosos vientos revolucionarios en nuestra amada América Latina, el ahora convertido en ciudadano español regresa a Caracas con un reducido grupo de pensadores para promocionar la vieja y derrotada tesis neoliberal, algo así como un intento por revivir al más emblemático cadáver de la economía en años recientes. Enterrada está la idea de que el Estado debe desaparecer de la sociedad para otorgarle poder ilimitado al mercado, pues nadie es mejor que éste para administrar las riquezas y el trabajo. Nunca fue más evidente el fracaso de ese modelo, ya que ante la generalizada quiebra financiera del Imperio Yanqui, ha sido su propio gobierno quien se ha visto forzado a intervenir para contener el caos. ¿Cómo calificará el neoliberalismo, la respuesta de Obama al inmiscuirse en los asuntos de la economía privada? Seguramente esto perturbará las mentes de sus grandes gurúes mundiales como Fukuyama o Cavallo, o de sus aprendices criollos como Emeterio Gómez o Miguel Rodríguez.
Sin duda, intentar revivir al fenecido esquema neoliberal (rechazado por la mayoría de los pueblos del mundo), es una pretensión infeliz que no ganará credibilidad ante las grandes masas. Por ello ha quedado descubierto que el verdadero plan de estos intelectuales tarifados era insultar al pueblo y a nuestro presidente como acto delictivo de provocación, en espera de que el gobierno venezolano aplicase alguna medida disciplinaria para entonces fabricar un escándalo mediático ante el mundo. Terminado el show y al no poder mostrar evidencias de haber sido atropellados por el supuesto régimen antidemocrático, estos petulantes caballeros no tuvieron más opción que limitarse a deleitar, por una noche, las fantasías monárquicas de la alta sociedad caraqueña que sueña con derrocar a Chávez. Por último, mientras que el pueblo venezolano permanecía atento frente a sus pantallas, en espera del encuentro propuesto por el presidente para debatir personalmente con los neoliberales, nos enteramos que el acto había quedado desierto porque Vargas Llosa reculó.
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