Jesús Silva R.
La industria comunicacional barrió el piso con Donald Trump en las últimas semanas de su gobierno en EEUU. Suspendido en todas las redes sociales y vetado por los principales canales de televisión y afines.
Todo el poder judicial desechó las demandas de fraude electoral de Trump sin hacer revisión profunda. Lo mismo hizo la rama legislativa a nivel regional y federal. Hasta el segundo hombre del poder ejecutivo, el entonces vicepresidente Mike Pence le dió la espalda al exhombre fuerte de la sociedad norteamericana.
Nunca en la historia de EEUU, un Presidente saliente fue tan maltratado por poderes institucionales y fácticos de la democracia liberal más antigua del mundo.
Señalado prematuramente de incitar a la violencia sin que nada parecido al debido proceso o derecho a la defensa se le permitiera, Trump fue condenado mediáticamente. Un Donald vapuleado e insultado se fue de la Casa Blanca, o más bien un proceso electoral controvertido lo sacó aparatosamente, siendo el hombre más solitario de EEUU.
Nunca en la historia de la humanidad, un hombre fue considerado el más poderoso del mundo y en sólo pocas semanas se le vio como el más detestado, abandonado y débil de un país. Funcionarios, periodistas, artistas, antiguos aliados políticos, enemigos de siempre, despotricaron contra Donald; lo satanizaron y hasta simbólicamente lo desterraron de la nación del norte sin proceso judicial previo que haya determinado si algún delito él cometió. Good-bye "presumption of innocence" (adiós presunción de inocencia).
Pocos defienden a un árbol caído, el oportunismo aconseja olvidarse de los derrotados y acompañar la opinión de la victoriosa élite dominante, en este caso Joe Biden y su partido demócrata.
Acá no hago defensa de Trump sino de los valores constitucionales de la democracia liberal que yo estudié cuando EEUU me premió con el IVLP y asistí a la toma de posesión de Donald, precisamente investigando sobre "transición democrática del poder", un proceso que no fue pacífico ni respetuoso de la Constitución estadounidense en 2021 pues a nadie le consta, ni un tribunal lo ha dicho, que Trump mandó a asaltar violentamente la sede del Congreso en Washington o que su denuncia de fraude sea delito. Sin embargo lo condenaron mediante Twitter, demás redes y la TV gringa.
Ningún grupo de poder debería estar por encima de los derechos constitucionales de los ciudadanos, incluyendo al ciudadano Trump. Indefenso, humillado, difamado se fue por la puerta de atrás y su incomparecencia a la toma de posesión de Biden fue lo mínimo que pudo hacer como acto de dignidad ante la cayapa, incitación al odio y cadena de atropellos en su contra. Trump no pudo introducir amparo constitucional para que Twitter y afines le restituyeran sus cuentas en nombre de la libertad de expresión. Triunfó la censura groseramente.
Un hipotético regreso de Trump como candidato presidencial en 2024 es improbable pues el Establishment o poder político duro en EEUU hará todo por impedir ese escenario y además la edad no le favorece (tendría 78 años). Lo cierto es que por primera vez en la historia, hemos presenciado la violación sistemática y pública de todos los derechos constitucionales de un Presidente estadounidense cometido por el propio imperio yanqui.
La pretendida superioridad moral de los enemigos de Trump frente al malogrado exmandatario, encubre una realidad histórica, después de Lincoln y Kennedy (ambos gobernaron un sólo periodo y fueron víctimas fatales de magnicidio), Trump es el mayor mártir que ha ejercido la presidencia del país más poderoso del mundo. La historia lo juzgará.
Termino yo aquí aclarando que calificar su gestión de gobierno no es materia de este artículo, pues el mismo sólo se limita a denunciar las garantías constitucionales que le fueron violadas Trump, así lo subrayó enfáticamente como estudioso del Derecho Constitucional.
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