Por: Jesús Silva R.
Si pensamos en la
política como ciencia social que analiza las formas de generar y organizar el
poder en la sociedad, el cual contiene un objeto, métodos, principios y leyes;
entonces andamos en el camino correcto del conocimiento.
Pero si nos planteamos la política como una guerra emocional sin
marco racional, donde prevalece el amor al mesías y el odio ciego al
adversario; es evidente que nos hundimos en el más caótico primitivismo.
Si estudiamos la alianza entre clases sociales y sus partidos
políticos, y que a partir de tales surge un entramado de intereses que procuran
instalarse como vanguardia gobernante; es seguro que estamos asimilando las
máximas de la política y su realidad circundante.
Si por el contrario, asumimos el hecho político como la simple
confrontación de un juego de béisbol entre Caracas Magallanes, entonces haremos
el papel de "Cheer Leaders", porristas, barra brava, hooligans; pero
en ningún caso nos aproximaremos a la ciencia aplicada ni a la luz del saber
elemental.
Si de manera serena nos paseamos por los argumentos del adversario
y los propios, hacemos honor a los valores de la libertad, la democracia, los
derechos humanos, la diversidad y el pluralismo; estaremos cerca de garantizar
que sea el formato del diálogo y la paz el que prevalezca para la resolución de
los conflictos sociales, y que el Estado y el régimen democrático realmente
sirvan para la convivencia armónica.
Si más bien le damos la espalda a la tolerancia y al respeto a la
diversidad, y nos sentimos propietarios de verdades absolutas que no admiten
discrepancias; pudiéramos contribuir a la bestialización y la animalidad en la
sociedad, la cual más temprano que tarde nos llevará a escenarios de violencia
impredecible, pérdida de la convivencia e incluso la guerra civil.
En definitiva, podemos ser científicos de la política para
promover la paz y la sociedad sin clases, o comportarnos como meros porristas
de causas fundamentalistas y fetichismos desquiciantes. Cada quien decide.
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