Por: Jesús Silva R.
Promover relaciones de respeto con los gobiernos del mundo, incluso los ideologicamente distintos, es el deber elemental de cualquier Jefe de Estado que actúe responsablemente en defensa del interés de paz del pueblo que lo eligió. Sin embargo, desde 1999 ha sido Washington quien más desestima la doctrina pacifista y estimula discrepancias diplomáticas entre Colombia y Venezuela para desestabilizar nuestra democracia popular, tal como se evidenció en la declarada intención de instalar bases militares en aquel país.
Por ello, la democracia criolla, menos estable que la colombiana (dado el asedio de factores internos y externos que operan con aquiescencia del State Department) debe demostrar a la comunidad mundial que el Gobierno Bolivariano es el máximo promotor de la paz y que el belicismo no forma parte de su agenda. Hoy cualquier concesión al radicalismo dogmático, a la ortodoxia o al aventurerismo de izquierda sería caer en la trampa de una confrontación internacional que malograría fatalmente la ruta pacífica hacia las reñidas elecciones (2012) que decidirán el porvenir de la patria.