Si la esencia del poder burgués radica en la invisibilización de su explotación contra el pueblo y la promoción de un sueño de bienestar al alcance de todos que nunca se hará realidad; entonces la base del poder revolucionario consiste en hacer visibles los avances generales del pueblo y su relación concreta con el mejoramiento de la vida individual y social.
Si la ideología explotadora obtuvo triunfos al hacer que el esclavo adorara a su esclavista y que el obrero venerara a su patrono; la ideología revolucionaria será victoriosa solamente si logra establecer en la conciencia mayoritaria del pueblo la capacidad de diferenciar a sus leales defensores, a sus relativos aliados y a sus invariables enemigos. Ciertamente una dirigencia revolucionaria cuyo fin es implantar la plena igualdad social, puede perder respaldo si el balance de sus acciones en beneficio de la mayoría popular no está simultáneamente acompañado por la formación de una disciplina consciente de trabajo productivo y organización comunitaria.
Ante los desafíos futuros, sólo la rigurosa caracterización de los actores políticos impedirá que cúpulas aristocráticas (principales autoras de la exclusión social) capten amplio apoyo popular con el simple uso de fraseología populista y manipulación mediática. Sin caer en la tentación del reformismo, descrito por los franceses como el utopismo de la estrategia y el oportunismo de la táctica, necesario es procurar la hegemonía que responda al reto democrático de conquistar la mayor suma de apoyos posibles para el socialismo.
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