Jesús Silva R.
Trump no dio rueda de prensa con
Guaidó en la Casa Blanca como se estila con jefes de otros países, parece que no
desea detallar la política que desarrollará hacia Venezuela en los meses
venideros. Trump no abandonará las sanciones económicas ni las presiones
diplomáticas contra Maduro, pero es factible “flexibilizar” la hostilidad de
Washington con “acuerdos parciales” entre las administraciones de Trump y de
Maduro, con la participación de la “oposición dura”, por ahora, encabezada por
Guaidó.
En la agenda de “acuerdos
parciales” está la celebración de elecciones legislativas venezolanas, que
aunque no satisface a Trump, si puede mejorar el panorama diplomático. Esto si
se designa un nuevo CNE con representantes de los principales sectores
políticos del país y se desarrollan comicios que permitan una nueva asamblea
nacional plural con izquierdistas, centristas y derechistas. Si ello ocurre
pronto, existirá revivirá la esperanza de diálogo efectivo entre Caracas y
Washington.
Para esta fecha, Trump entiende
que seguir asfixiando económicamente a Venezuela no derrocará a Maduro y que la
oposición venezolana no tiene fuerza para provocar un alzamiento militar ni un
estallido social que detone un quiebre político. A criterio de Trump el bloqueo
le facilita a Miraflores una retórica de justificación a los problemas como
históricamente ha sucedido con Cuba. No obstante, nadie debería menospreciar
que para el venezolano de a pie la confiscación de CITGO, Monomeros, reservas
en oro, y otros, significa agresión al país y a su bolsillo.
En este año, Maduro tiene el reto
de aliviar tensiones internas, puede lograrlo si impulsa políticamente un nuevo
CNE plural y elecciones legislativas con participación de todos los partidos
políticos, especialmente los que más lo adversan. Es menester reconocer que los
dirigentes opositores que comenten delitos tienen una responsabilidad penal individual
pero las toldas opositoras deben seguir existiendo sin trabas burocráticas. Una
apertura política de este tipo, desarticulará a la oposición dura que predica
el abstencionismo electoral con 4 millones de creyentes.
2020 debería ser un año de flexibilización
en lo político y en lo económico (bancarizar el dólar, eliminar impuestos excesivos
a la clase media, etc.) que faciliten coexistencia entre polos contrarios. En
lo político abrir canales para que todos participen electoralmente, tanto
opositores duros como blandos, también conocidos como colaboracionistas; al
igual que dispensar un trato más tolerante al llamado “chavismo crítico” o
disidente. La liberación de políticos presos por delitos menores es una
política que favorece el prestigio del gobierno que la promueve, como también es
beneficioso dar espacio al debate interno, la crítica, en el entendido de que
el poder militar e institucional está claramente consolidado a favor de Maduro
en la presidencia. Hoy no hay guerrilla en Venezuela, ni guarimba, ni corriente
divisionista organizada dentro del chavismo o nada parecido que represente una
amenaza a la vanguardia que dirige a la nación. Esto es así por incapacidad
política de la oposición y dispersión de los chavistas descontentos, que aunque
numerosos, no están unidos, tal vez por sus grandes egos.
Procurar la ruta electoral
exigiendo garantías es lo mejor que Guaidó puede hacer para sobrevivir
políticamente dentro de Venezuela, su extensa gira internacional crea
expectativas en el pueblo opositor pero tales pueden desvanecerse si al
aterrizar en Maiquetía insiste con la misma agenda de las tres frases. Eso ya
se agotó en 2019 y es hora de reinventarse, de creer en la posibilidad de
“acumular fuerzas” y no orar más por una intervención militar norteamericana.
Por su lado Trump tiene gran
posibilidad de ser reelegido y no correrá riesgos activando una opción armada
contra Venezuela que dividiría la opinión pública del mundo y sobre todo la de EEUU,
lo cual en geopolítica militar es lo que más pesa, aunque suene antipático
decirlo.