Por: Jesús Silva R.
Años de estudios teóricos e investigación de campo nos permiten expresar algunas conclusiones sobre un tema que ha sido tristemente sometido a la trivialización, el descrédito, la burla y la calumnia de los y las machistas.
Véase que como habitantes de la sociedad capitalista, somos hombres que desde la niñez hasta nuestra muerte estamos expuestos, no sólo al régimen económico explotador de la fuerza humana de trabajo, si no también a un inclemente bombardeo cultural y mediático que mercantiliza nuestra sexualidad.
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en su artículo 21, ordinal 1 señala: Todas las personas son iguales ante la ley; en consecuencia: No se permitirán discriminaciones fundadas en la raza, el sexo, el credo, la condición social o aquellas que, en general, tengan por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, de los derechos y libertades de toda persona.
Sin embargo, a mujeres y hombres desde que nacemos, encontramos una sociedad donde se inculca que el triunfo personal radica en la acumulación de riqueza material y ésta supone dominación sobre nuestros semejantes pues no existe jefe sin subalternos, ni empresario sin asalariados bajo su dependencia, ni capos sin divas.
En este contexto, quienes ocupan la supremacía social (el célebre estadounidense Hugh Hefner dueño de la corporación Playboy es ícono de ellos), son mostrados por la propaganda capitalista como los privilegiados con derecho al goce garantizado de una "extraordinaria y envidiable vida sexual" de acuerdo a los cánones, estereotipos y la estética impuesta por la burguesía.
Así como los medios de comunicación, los centros educativos, los sitios de esparcimiento y lugares de interacción social constantemente transmiten mensajes al hombre de que su poder económico es la llave para tener acceso sexual a cualquier mujer; también a las mujeres en la sociedad machista se les inculca que el compañero ideal es el propietario de riqueza y que intimar con un asalariado o un obrero constituye un imperdonable desperdicio.
Claramente se han establecido "leyes" muy concretas en cuanto a la socialización del sexo: las normas de trato social, los códigos de comunicación, los intereses, las premisas y los prejucios que rodean las relaciones sexuales entre hombres y mujeres en la sociedad capitalista. Tales leyes se inscriben en la lógica mercantil (compra y venta, dinero y mercancia) y es por esto que se comenta que el hombre rico debe poseer a la mujer físicamente hermosa y al mismo tiempo la hermosa debe aspirar a un marido rico.
Telenovelas, items publicitarios de bebidas alcoholicas y loterías, costumbres y matrices de opinión difunden constantemente estos antivalores, muchas veces con el apoyo de imágenes que de modo alucinante cosifican (convierten en objeto o cosa sexual) a la mujer, es decir, la deshumanizan y la muestran como producto para animalizar los instintos biológicos humanos, todo ello es parte de la campaña sexista.
Delineando a groso modo, varios de los elementos de esa propaganda sexista inherente al capitalismo, sabido es que la mercantilización del sexo es una industria promovida para ganar dinero y que se apoya en una cultura fetichista y hedonista, de culto al cuerpo voluptuoso, a las siliconas, la liposucción, el Metacol para engrandecer el derriere, las pastillas de alcachofa para quemar grasas, la efedrina para adelgazar, la ruptura quirúrgica de costillas para afinar la cintura femenina, el botox para ocultar arrugas y toda una infinita serie de artilugios cosméticos que cualquiera puede identificar si lo investiga en internet. Todo esto para estimular una sexualidad vanalizada y objetivada entre hombres y mujeres, la cual responde a lo pautado por una compleja industria de ideales egocentristas y narcisistas.
Ni el experto Sigmund Freud habría permanecido inmune a esta andanada mediática, de allí que no sea insólito que cualquier hombre sea absorbido por la locura de este sistema, salvo que se imagine como víctima a su madre, hermana o hija. Aun así queda claro que ya se han consolidado varias generaciones de cerebros lavados por tantos artefactos sofisticados, años de antivalores patriarcales, programas de TV que fungen como vitrina para admirar cuerpos de "diosas mitológicas del sexo como Venus y Adara", y un régimen social que promueve esta simbología sin descanso desde todos los lugares posibles.
Por eso hoy, el hombre de la nueva masculinidad es como mínimo considerado alienígena, animal raro, "freak", hombre elefante, desadaptado social, esnobista, extravagante, anacoreta, eremita, ermitaño, lumpen, hippie, "outsider" o sexodiverso.
Nada más lejos de la realidad, pues lo que se plantea el hombre de la nueva masculinidad es la igualdad plena entre hombres y mujeres. Que ninguno o ninguna deba venderse como mercancía sexual ni comprar sexo; de lo que se trata es de restituir el sentido originario de la sexualidad como libre manifestación de la naturaleza humana, que la cópula, el coito, la caricia, el beso, el concubinato, el matrimonio, la monogamia o la ocasional amistad sexual se celebren como formas de asociación voluntaria entre las y los individuos de la especie humana, siempre en el marco de sus libres acuerdos bilaterales y sin la intervención de intereses de transacción mercantil, tabúes, dogmas, estereotipos, convencionalismos, clericalismos, ni imposiciones de la sociedad capitalista que agreden la libertad del ser humano.
Enfatizamos que el hombre de la nueva masculinidad desea vincularse al sexo opuesto sobre la base del intercambio afectivo y el libre albedrío, por ello rechaza la seducción bajo promesa de entregar dinero o bienes, la trata de personas, el proxenetismo, el tráfico de servidoras o servidores sexuales, la esclavitud, la pornografía, la inducción a la precocidad sexual, la promiscuidad sin prevenciones, la compra de actos sexuales y al mismo tiempo concibe la prostitución como una actividad de autoflagelación de quien la ejerce, por lo cual es necesario transformar las circunstancias socioeconómicas y culturales que hasta hoy fomentan su proliferación, pues solo así podrá lograrse la liberación y reinserción social de este segmento de la población.
Como defensores de la igualdad de género abogamos por un mundo donde nadie deba vender su cuerpo para ganarse la vida, insistimos en evidenciar ante la conciencia masculina que la compra de sexo atenta contra la libertad sexual de las personas, que esta conducta, aun con el consentimiento del otro o de la otra, es un acto de soborno que induce a la auto degradación física y espiritual de quien se prostituye.
En definitiva, propugnamos la humanización de la sexualidad y rechazamos concienzudamente su comercialización capitalista, en todas las formas posibles. Luchamos por el hombre nuevo y la mujer nueva en una sociedad de armonía, prosperidad y dignidad.