Jesús Silva R.
Cuando este 14 de abril Nicolás Maduro sea electo Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, habrá
triunfado la última estrategia de Hugo Chávez, quien colocado en la dramática antesala
de su muerte, fue capaz de diseñar la vía para la supervivencia de la
revolución, más allá de su existencia como individuo en la tierra.
Ante la reaparición del cáncer y la riesgosa cuarta operación quirúrgica
en año y medio ¿Qué cartas podía jugar quien comprendía que su vida se
desvanecía? Una sola: Convertir su muerte en una victoria moral para la
exaltación mitológica de su figura y desde ese transitorio pedestal, seguir
jugando un papel político (y electoral) en el universo de los vivos, por lo
menos hasta el 14-A. Para la historia, Chávez ha sido declarado “redentor de
los pobres” pero en el plano del pragmatismo es el nuevo emblema del PSUV y del
presidenciable Nicolás Maduro.
Todo indica que la campaña de Henrique Capriles Radonski cae en el voluntarismo
de los yuppies al pretender atemorizar y desmoralizar al electorado chavista
mediante ataques contra Maduro y especulaciones sobre la muerte de Chávez. No
es por la vía de insultos que este candidato podrá romper el tridente emocional
“Comandante, Pueblo y Sucesor” ni provocar el abstencionismo chavista. Capriles
pareciera tener un extravagante plan que genera más dudas que certezas.
Sacar algo positivo de la desgracia fue una virtud primordial de Chávez
y el factor que le permitió llegar muy lejos en los turbulentos mares de la
política. Ya 21 años atrás, aquel 4 de febrero “el arañero de Sabaneta”
convirtió una derrota militar en el triunfo propagandístico que cavó la fosa
del bipartidismo burgués y lo catapultó a la Presidencia.
Para preservar la idolatría popular, Chávez tenía que inmolarse, debía
morir como presidente en funciones y así lo hizo. No podía jamás esquivar la
candidatura en 2012 porque ante los ojos de la mayoría eso habría significado
cobardía o aceptación de una enfermedad terminal. Dicho de otro modo, derrota segura
con cualquier candidato emergente en ese momento.
Tampoco podía Chávez renunciar a la presidencia durante su convalecencia
post operatoria en estos últimos meses (a pesar de la presión mediática de la
oposición) porque ello habría hundido en decepción a la emotiva mayoría que lo
apoya. Mientras hubiera vida, había esperanza y ese viacrucis había que
transitarlo en la conciencia de las masas bolivarianas.
Dicho sacrificio inspira hoy en sus millones de devotos la obligación
moral de cumplir con el testamento político de quien murió al servicio del
pueblo: “en un escenario que obligaría a
convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro
como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde
mi corazón”.
En definitiva, el mérito de Chávez fue resistir hasta el último respiro
(con conocimiento del valor político de lo que hacía). Este hombre consolidó
ante su pueblo la imagen de líder invencible, el profeta cuya crucifixión fue
la despiadada enfermedad del cáncer que tal vez le fue inoculada.