Jesús Silva R.
Por marxista pop se entiende uno moderno, entiéndase que tengo sólo 39 años. Si el gobierno de los EEUU no le hubiese entregado cientos de millones a Juan Guaidó durante 2019, yo sentiría tristeza por este camarada al narrar la fascinante historia de su ascenso y caída en la fauna política.
Humilde joven afrodescendiente, llegó a ser diputado de la Asamblea Nacional con los discretos votos de La Guaira. Más tarde se hizo jefe de la bancada parlamentaria del elitesco partido Voluntad Popular. Hasta aquí, se le aplauden méritos al protagonista, que empezó desde muy abajo y con audacia alcanzó una posición destacada.
Nótese Guaidó no subió de rango dentro de un partido populista o social reformista como Acción Democrática donde nosotros los negros hemos tenido representantes sobresalientes como Raúl Leoni.
Por el contrario, el negrito Guaidó cogió ranking en el partido que funge como verdadera embajada americana en Venezuela, la tolda de los dólares y los catires con narices largas y apellidos musiúes. Nada más y nada menos, que esa flamante organización de cuadros caucásicos cara pálidas y largas pollinas que se conoce como VP.
Y si bien Guaidó comenzó cargándole el maletín al burgués Leopoldo López (todavía se lo carga), no es menos cierto que su ascenso dentro del partido fue meteórico, de militante de base a presidente interino de Venezuela no hay dos pasos, es un salto adelante sólo comparable al de exguardaespaldas de que luego dirigen países.
Entonces, salvando distancias, declaro que Guaidó será recordado como el Obama venezolano. Una anécdota especial de la historia patria como lo fue el moreno Barack en su país. Quienes estudiamos la carrera de Jesse Jackson en EEUU supimos que en su época fue el dirigente más talentoso del imperio, pero era negro y sobre todo de izquierda y por ello no le dieron la nominación del partido demócrata ni mucho menos la silla presidencial.
En cambio, favorecido por las circunstancias, un afroamericano con menos talento pactó con el poder económico blanco y si logró ser presidente imperial, no una, sino dos veces. Ciertamente la política es sentido de la oportunidad. En el caso de Guaidó, lo favorecieron Dios, el Sebin y el TSJ, porque si Smolansky y Freddy Guevara no estuviesen huyendo de la justicia venezolana, cualquiera de los dos, con más pedigrí que el negrito, estaría hoy como Presidente Interino.
Ahora que 2019 deja caer sus últimas semanas, válido es recordar con nostalgia aquellos días sensacionales de febrero, cuando el desafiante morenito se juramentaba como presidente y multitudes blancas excitadas aplaudían. Parecía un Michael Jackson triunfando con su disco Thriller en 1983 y siendo amado por todas las razas. Luego vino el tweet de Donald Trump, ungiéndolo como “Interim President of Venezuela”, y quién no se va a sentir alzado y guapetón con el respaldo del pelirrojo de Manhattan. Hasta yo me habría imaginado a un paso de ser Rector de la UCV, es más hasta de conquistar Miraflores con tamaño enchufe imperialista (risas, por favor).
Un último suspiro de megalomanía, delirio de grandeza, llegó al final de abril de 2019. Aquel escape de Leopoldo López, jefe político de Guaidó, inyectó adrenalina momentánea a una oposición deprimida por la estafa de la ayuda humanitaria. Pero la euforia duró poco, Leo, aspirante a Rambo venezolano, se enconchó en una embajada y no fue tan fantástico como Sylvester Stallone, ese si raspaba a rusos, vietnamitas y afganos en sus películas. El también creador de Rocky, solito derrocaba dictadores.
Explota diciembre y su tradicional flojera invade a los venezolanos. Se fue el año, dicen los más reposeros. Guaidó ya no será diputado, ni presidente interino según 50 países ricos. Está desacreditado políticamente dentro de la oposición, inhabilitado por Contraloría. Lo que le toca es dejar la peluca por Maiquetía o una colchoneta en Ramo Verde. Se dice que tiene deudas con la ley.
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