Por: Jesús Silva R.
Luego de identificar desde nuestra óptica insurgente que la estructura económica de la sociedad es el factor que determina la política, la cultura, la familia y demás instituciones que la humanidad ha creado, es evidente que la sexualidad no escapa de esta situación histórica.
Entonces, si bien es cierto que durante el último medio siglo, las mujeres han acortado distancias con los hombres como resultado de su creciente participación en la educación y el trabajo, ello no supone la superación automática de la ancestral cosmovisión patriarcal que concibe la sexualidad de la mujer como "fuerza de trabajo" que genera "riquezas" susceptibles a la apropiación del macho.Esto explica que aun en este siglo la sexualidad femenina siga bajo el asedio de la explotación patriarcal con dos funciones esenciales como servidumbre al hombre, la primera de naturaleza reproductiva (procrear hijos e hijas) y la segunda en la creación de placer sexual (satisfacer necesidad fisiológica).
Tal explotación implica que esas funciones impuestas a la mujer sean cumplidas en los términos y condiciones dictados por los intereses del macho en su contexto de supremacía social y se relegue a la hembra al subalterno papel de productora sin ninguna autoridad sobre la administración de esos valores que genera. Claramente esa productora, a quien la sociedad patriarcal le expropia materialmente los aportes que ha creado con la actividad de su propio cuerpo, es víctima de un proceso de alienación psicológica, pues se le despoja de la facultad de dirigir soberanamente (y de acuerdo a su propio bienestar) sus conductas de reproducción biológica y de satisfacción fisiológica.
De modo que en el marco del patriarcado, tanto hombres machistas como mujeres (alienadas) contribuyen con la propaganda fetichista (prensa, radio, televisión, internet, modas, estereotipos, clubes sociales, etc) que deshumaniza a las personas y las convierte en objetos sexuales para la promiscuidad y la invisibilización de los afectos genuinos. Paradojicamente el patriarcado fomenta al mismo tiempo una discriminación sistemática que imagina mujeres de primera categoría (vírgenes) destinadas a cumplir exclusivamente la tarea matrimonial-reproductiva-maternal y otras de segunda categoría (promiscuas) cuya misión primordial es ser "usadas" estrictamente para el placer sexual de los hombres patriarcales.
Es así como se concreta la perversa doble moral del sistema patriarcal, que siendo el máximo promotor de esas dos categorías de mujeres buenas y malas (de quienes se sirve y se aprovecha por igual), comete la gigantesca hipocresía de glorificar a las mujeres que se conserven "santas e inmaculadas" y por otro lado degradar (moral y socialmente) a todas las otras damas que en legítimo ejercicio de sus experiencias vitales hayan dejado de ser vírgenes.
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