Jesús Silva R.
En fechas donde brotan afectos que deberían durar todo el año, oportuno es reflexionar sobre la bella institución de la familia, cuya unidad tiende a decrecer en este siglo. Al observar las desviaciones sociales, éticas y culturales que causan irremediables rupturas en esta célula social fundamental, prioritario es proteger a nuestros niños y de sabios será asumir la dificultad dando una lección moral que haga constar nuestro altruismo: conservemos el alma inmaculada y amemos más desde la preventiva distancia.
Esperanzados en una humanidad más hermanada, reivindicamos los afectos elegidos (la pareja, amigos, camaradas, etc.), a la par de los afectos heredados (primos, tíos, etc.), recordando que los primeros surgen de la escogencia consciente y los segundos vienen de la tradición. Ciertamente para los marxistas, la familia nunca se limita a los consanguíneos, sino que abarca a la especie humana, fundamentalmente a quienes por su conducta ética, mejor se identifican con nuestra filosofía de vida.
Para los cristianos que no abandonan su deber con la justicia social, Jesucristo fue, en primer lugar, un gran líder político cuya obra principal fue luchar por la igualdad y a pesar de morir a los 33 años sin jamás haber tenido hijos, demostró el amor más inmenso que se haya visto hacia la humanidad, especialmente a los niños. Este hecho, en gran medida, denota ideas coincidentes entre marxistas y cristianos revolucionarios, pues ambos coincidimos en que la crianza no es potestad exclusiva de los padres. De allí que enmarcados en la Teología de la Liberación, asumamos la prioridad universal de resolver primero los graves problemas humanos en la tierra, para luego examinar los misterios del cielo.
Para los marxistas, nuestro ideario democrático e inclusivo asume la familia en sentido amplio (la sociedad), pues ella necesita solidaridad entre sus miembros para desarrollar una integración plena que supere el egoísmo tradicional; ya que en vez de aislar a los hijos como propiedad privada de los padres y sólo cubrir sus necesidades materiales (alimentación, vestido, vivienda, etc.), nosotros procuramos garantizarle a la infancia una sociedad libre de vicios, que incluye el saneamiento de la comunidad, la escuela y los centros recreativos.
Enfatizamos que la educación no puede confinarse a las paredes del hogar, pues hay un mundo de la calle, lleno de estereotipos sociales, nuevas tecnologías, modas, televisión, internet, sectas y drogas que hacen peligrar la integridad infantil y juvenil. Esta amenaza no podrá ser controlada si los adultos no nos organizamos fraternalmente para implementar los principios fundamentales de la convivencia, el estudio y el trabajo colectivo; apoyándonos en los comités de padres, la corresponsabilidad entre formadores sociales y las familias, la cultura comunitaria y la orientación ética para rechazar las formas de adoctrinamiento y seducción de la sociedad de consumo.
En mi largo peregrinaje por el mundo, fui dichoso al hallar maestros admirables que hoy no habitan el planeta (entre ellos mi padre); a ellos les ví impartir un amor amplio y constante a la humanidad, sin mínima aspiración de recompensa, sólo la satisfacción de hacer el bien. En honor a ese ejemplar legado, comprometámonos todos a cumplir un apostolado humanista, convencidos de dar así nuestra mejor contribución a la felicidad social, especialmente dirigida a la niñez y la familia.
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