se hace camino al andar

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24 diciembre, 2009

Nuestro amor por la niñez y la familia



Jesús Silva R.

En fechas donde brotan afectos que deberían durar todo el año, oportuno es reflexionar sobre la bella institución de la familia, cuya unidad tiende a decrecer en este siglo. Al observar las desviaciones sociales, éticas y culturales que causan irremediables rupturas en esta célula social fundamental, prioritario es proteger a nuestros niños y de sabios será asumir la dificultad dando una lección moral que haga constar nuestro altruismo: conservemos el alma inmaculada y amemos más desde la preventiva distancia.

Esperanzados en una humanidad más hermanada, reivindicamos los afectos elegidos (la pareja, amigos, camaradas, etc.), a la par de los afectos heredados (primos, tíos, etc.), recordando que los primeros surgen de la escogencia consciente y los segundos vienen de la tradición. Ciertamente para los marxistas, la familia nunca se limita a los consanguíneos, sino que abarca a la especie humana, fundamentalmente a quienes por su conducta ética, mejor se identifican con nuestra filosofía de vida.

Para los cristianos que no abandonan su deber con la justicia social, Jesucristo fue, en primer lugar, un gran líder político cuya obra principal fue luchar por la igualdad y a pesar de morir a los 33 años sin jamás haber tenido hijos, demostró el amor más inmenso que se haya visto hacia la humanidad, especialmente a los niños. Este hecho, en gran medida, denota ideas coincidentes entre marxistas y cristianos revolucionarios, pues ambos coincidimos en que la crianza no es potestad exclusiva de los padres. De allí que enmarcados en la Teología de la Liberación, asumamos la prioridad universal de resolver primero los graves problemas humanos en la tierra, para luego examinar los misterios del cielo.

Para los marxistas, nuestro ideario democrático e inclusivo asume la familia en sentido amplio (la sociedad), pues ella necesita solidaridad entre sus miembros para desarrollar una integración plena que supere el egoísmo tradicional; ya que en vez de aislar a los hijos como propiedad privada de los padres y sólo cubrir sus necesidades materiales (alimentación, vestido, vivienda, etc.), nosotros procuramos garantizarle a la infancia una sociedad libre de vicios, que incluye el saneamiento de la comunidad, la escuela y los centros recreativos.

Enfatizamos que la educación no puede confinarse a las paredes del hogar, pues hay un mundo de la calle, lleno de estereotipos sociales, nuevas tecnologías, modas, televisión, internet, sectas y drogas que hacen peligrar la integridad infantil y juvenil. Esta amenaza no podrá ser controlada si los adultos no nos organizamos fraternalmente para implementar los principios fundamentales de la convivencia, el estudio y el trabajo colectivo; apoyándonos en los comités de padres, la corresponsabilidad entre formadores sociales y las familias, la cultura comunitaria y la orientación ética para rechazar las formas de adoctrinamiento y seducción de la sociedad de consumo.

En mi largo peregrinaje por el mundo, fui dichoso al hallar maestros admirables que hoy no habitan el planeta (entre ellos mi padre); a ellos les ví impartir un amor amplio y constante a la humanidad, sin mínima aspiración de recompensa, sólo la satisfacción de hacer el bien. En honor a ese ejemplar legado, comprometámonos todos a cumplir un apostolado humanista, convencidos de dar así nuestra mejor contribución a la felicidad social, especialmente dirigida a la niñez y la familia.

VER PUBLICACIÓN EN:

http://www.aporrea.org/actualidad/a92279.html

12 diciembre, 2009

EL DERECHO A LA SALUD EN EL TRABAJO


Por: Jesús Silva R.

Nuestra filosofía obrerista nos demuestra que la suerte final de la clase obrera dependerá siempre de si misma, por ello al hablar del derecho a la salud en el trabajo, prioritario es mencionar a sus principales garantes: Los Delegados de Prevención.


Son éstos, trabajadores elegidos en asamblea para velar por la prevención de riesgos, la protección a la salud y el derecho a la vida de los obreros en sus sitios de labor; de conformidad con el artículo 41 de la Ley Orgánica de Prevención, Condiciones y Medio Ambiente de Trabajo (LOPCYMAT).


Destaca en la misma ley, el artículo 44, que determina: “(…) no podrá ser despedido, trasladado o desmejorado en sus condiciones de trabajo, a partir del momento de su elección y hasta tres (3) meses después de vencido el término para el cual fue elegido o elegida, sin justa causa previamente calificada por el Inspector del Trabajo (...)”.


Se desprende de esta norma, en concordancia con el Art. 55 de su respectivo reglamento, que estos delegados están amparados por un fuero especial que le impide al patrono despedirlos, trasladarlos o desmejorar sus condiciones de trabajo; de modo que para tramitar un despido justificado contra un delegado, hará falta la calificación legalmente aprobada por el inspector y hasta que ello no suceda, el trabajador permanecerá en su puesto, en virtud del principio de la estabilidad laboral contenido en la ley y en la Constitución de la República, cuyo artículo 93 ordena que se hará todo lo conducente a los fines de limitar cualquier forma de despido injustificado.


En tal sentido, nuestros años de invariable ejercicio obrerista del Derecho Laboral, nos revelan que muchas veces en las procuradurías e inspectorías del trabajo suele invocarse el Decreto Presidencial de la inamovilidad laboral como defensa para todos los trabajadores (sector público y privado) regidos por la Ley Orgánica del Trabajo; incluyendo a los Delegados de Prevención, lo cual resulta una imprecisión jurídica, pues la alegación de este instrumento de aplicación genérica es inferior al fuero especial emanado de una ley orgánica que protege a este particular colectivo de trabajadores.


Sépase que la inamovilidad laboral de la LOPCYMAT rige incluso para quienes perciben más de tres salarios mínimos y fija sanciones más efectivas que la multa convencional contra los patronos infractores; de allí que desde nuestra vocación por el derecho social y la salud en el trabajo, sea pertinente exhortar al pueblo a hacer respetar sus leyes.