Jesús Silva R.
Pueblo de a pie, se cierran puertas, pero se abrirán ventanas. Mi escritor favorito en lengua inglesa, el genial irlandés Óscar Wilde decía: “la moral es la posición que adoptamos contra las personas que no nos gustan”. Al amigo se le tapan los desmanes, al desconocido se le condena sin debido proceso, suele suceder. Es que ciertamente la moral es un conjunto de creencias de una clase social sobre lo bueno y lo malo.
La moral burguesa vive de apariencias e impone ser políticamente correcto en todo momento, decir siempre lo que conviene; mientras que la moral obrera es más irreverente, se atreve a la ruptura, al desafío, a veces sin cálculo, gane o pierda. El obrero es noble y curioso por eso busca formas de ayudar a la revolución que no consistan únicamente en mantener su boca cerrada. Entonces improvisa. No siempre lo que intenta sale bien (yo soy obrero).
Quizás por esto en el mundo históricamente han sido más los gobiernos burgueses que los gobiernos obreros. Difícilmente se puede gobernar desde la ingenuidad. Ingenuos fueron los gobiernos progresistas de Brasil, Argentina y Ecuador en años recientes, y todos cayeron.
Venezuela tiene sus propias circunstancias. Interpreto el chavismo como una doctrina social originalmente obrera que se niega a aburguesarse, pero que no puede ser ingenua. Su noción de jerarquía es filosóficamente horizontal porque predica la igualdad y el socialismo, pero al mismo tiempo requiere de verticalidad orgánica para la vida práctica porque sin una vanguardia no sería posible sostener el poder político ni dirigir un Estado.
Veo con mucho respeto a los integrantes de la vanguardia revolucionaria venezolana, soy marxista ateo, pero rezo a Dios diariamente para que los acompañe siempre la máxima sabiduría en el complejo oficio de ejercer el poder, y, sobre todo, administrar el poder, sin atropellar pero a la vez sin dejarse tumbar. Que la fuerza permita espacio a la ternura.
Son muchas las tentaciones de la sociedad burguesa en contra de los líderes revolucionarios de cualquier país, bien pudieran testimoniarlo los jefes políticos de la extinta Unión Soviética donde los gerentes de empresas socialistas pasaron armónicamente a ser propietarios ambiciosos de esas mismas unidades en la Rusia capitalista post soviética, es decir, desarrollaron el neoliberalismo y el despotismo aristocrático por dentro de sus almas desde antes del colapso de la URSS, la cual cayó sin un disparo.
Los comunistas europeos que en su tiempo fueron sobresalientes en fraseología socialista hoy casi todos predican el libre mercado como hecho evolutivo de la especie humana, son fukuyamistas de closet. La historia se repite, la vanguardia del proletariado no es el proletariado, así como el gobierno del pueblo no es el pueblo, pero la fusión de estas dos entidades hace que se materialicen avances felices hacia el sueño revolucionario.
Tal vez el pueblo es ideología y el gobierno es la política, la ideología es la carreta y la política la llevan los caballos; dicho de otro modo chavismo es conjunto de ideas, valores y principios, política es el poder del Estado cuyo petróleo y fuerza armada genera la fuerza económica y militar para defender al país así como para derrotar a enemigos internos y externos. Chavismo debe ser familia compuesta por sujetos diversos que deberíamos respetarnos, comunicarnos y trabajar unidos hacia un mismo fin de bienestar colectivo, de nación y Estado soberano.
En el largo camino de la revolución deberíamos estar profundamente unidos como camaradas, pero si las confusiones, desconfianzas, diferencias subalternas, prejuicios, impiden la unidad profunda y total, entonces andaremos unidos en lo abstracto, juntos en las ideas, juntos al hacer el aporte revolucionario desde trincheras diferentes y hasta a veces discrepantes, pero en la victoria de la independencia nacional, de la paz, de la recuperación de la economía y de la preservación de la forma republicana en la venidera Constitución Nacional, allí nos reencontraremos y tomaremos de la mano, aunque sea imaginariamente, los de arriba y los de abajo, en esta constelación variopinta que se llama chavismo.
En ese chavismo de a pie me encuentro, me incluyo y milito, errante, irreverente, desinteresado, apostólico, romántico, pagando el precio de la franqueza que no calcula suficiente, pero satisfecho por el apego a la dignidad, a la honestidad; siempre socialista, sin pasado que ocultar, sin presente que eludir, ni futuro que temer.
Gracias doy a los que en su momento me prestaron una mano amiga. Vendrán nuevos escenarios. Si se cierran puertas hoy, mañana se abrirá una ventana. Siempre fue así, siempre lo será, en la inestable vida del hombre obrero, el hombre de guayuco, el hombre de a pie, sin lentejuelas, sin el respaldo de poderes políticos o económicos. Siempre haré propuestas revolucionarias desde la calle. No digo adiós, digo hasta siempre, y con Marx concluyo: “el hombre vive como piensa”.
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