20 noviembre, 2014

Errores y revoluciones

Jesús Silva R. 

La humanidad no es tan sabia como parece. Puede elegir malos destinos. La fuerza de la costumbre es un factor determinante de la conducta humana por encima de las ideas brillantes que pretenden guiar a la multitud hacia un nuevo destino superior. 

Ejemplos de costumbrismo los hallamos en los modos históricos de producción a la luz del análisis de Marx; es decir, modelos económicos salvajes como el esclavismo perduraron años porque buena parte de los esclavos se acostumbró a recibir techo y pan a cambio de renunciar a ser personas dotadas de dignidad y libertad. 

Al respecto Engels reflexionaba en su imperdible texto "Principios del comunismo" cuando indagaba entre el esclavo y el obrero. Decía el filósofo alemán, que el primero (esclavo) se vende una sola vez y para toda la vida a un sólo propietario, mientras que el segundo (obrero) se vende cada ocho horas durante toda su vida y a muchísimos propietarios. Entonces la del obrero es la más inestable, incierta y turbulenta de las vidas a cambio de una supuesta libertad que no le sirve para comer. 

De alguna manera así ocurre en nuestros días cuando gente responsable de tomar grandes decisiones en nuestro país (tanto en gobierno como en oposición) confunde política con religión y en nombre de ideales extraordinarios pretenden que la sufrida masa popular asuma sacrificios inconfesables en espera de un futuro de prosperidad que nunca llega. Sucede que en el instante actual, el pueblo de Venezuela asumiría el modelo económico con el nombre que fuera con tal de que le devolvieran su calidad de vida con abundancia de productos esenciales para la compra tales como alimentos, medicinas, elementos de aseo personal, entre otros. 

Por esto, para analizar el abuso de los idealismos, es menester darle una mirada a los sucesos que precedieron la caída del muro de Berlín, cuyo aniversario número 25 ha sido recientemente celebrado con notoriedad mundial. A esos pueblos del eurosocialismo o socialismo real en el este de Europa y zonas aledañas se les impuso grandes privaciones materiales a cambio de la promesa de consolidar una sociedad futura que estaría plenamente abastecida para cada quien según su trabajo hasta satisfacer a cada cual según su necesidad. 

Luego de décadas de desilusiones y carencias, millones de ciudadanos se hartaron de la pobreza adornada de retórica y repudiaron a gobiernos mesiánicos que fueron incapaces de proveer el bienestar que tanto predicaron en sus ideologías. No cabe duda que el capitalismo -a pesar de sus terribles fallas- fue el modelo vencedor de la guerra fría aunque sectas comunistas (calderistas) venezolanas sean incapaces de reconocer la realidad que les abofetea. 

No por victorioso, diremos que el capitalismo es el mejor modelo, al contrario hoy el mundo es más pobre que en tiempos de la extinta URSS y el capitalismo neoliberal explotador es culpable de ello. Ahora bien, lo científicamente revolucionario y dialécticamente marxista es aprender de la derrota objetiva de la guerra fría para enderezar el rumbo en los nuevos ensayos de socialismo en el siglo XXI. Una primera lección es que no hay ideología por más poética que parezca, capaz de postergar por mucho tiempo las urgencias materiales de los seres humanos. 

El individuo si tiene bienestar, se acostumbra a él y busca retenerlo. Pero ante una ausencia prolongada de bienestar, no habrá discurso que implante la calma y los sobresaltos políticos no tardarán en llegar desde las entrañas del propio pueblo. Crear conciencia revolucionaria debe estar siempre acompañado de reivindicación material y bienestar económico, de lo contrario con hambre las nuevas ideas socialistas no conseguirán afianzarse en el pensamiento colectivo de las masas populares. 

Y si algún alto burócrata infame acusare al pueblo de hambriento o "gana pan" por reclamar reivindicaciones, entonces bastaría mandarle a leer el discurso de Engels durante el funeral de Marx cuando declara: Marx no fue solo un teórico ni un práctico, simplemente descubrió la verdad oculta bajo la maleza ideológica de que el hombre no puede dedicarse a la política, el arte o la filosofía si antes no ha resuelto el alimento, vivienda y vestimenta. 

Al pueblo, que suficientes cargas lleva hoy sobre su espalda por la meta inconclusa de una patria productiva de donde emane empleo y abastecimiento más allá de la teta petrolera, no se le puede arrancar lo poco que tiene incluyendo sus pasatiempos. Ahora que los precios del petróleo caen preocupantemente y que el Estado busca fijar impuestos que generen dinero adicional para tapar el déficit, se debería ser cuidadoso con la implementación de tributos que afecten el bolsillo de quienes menos tienen. 

Al pueblo humilde se le debe respetar lo que come, lo que bebe y lo que juega. Y cuidado con castigar mediante impuestos puritanos y pseudo socialistas los hábitos y costumbres de un pueblo irreverente con quien se tiene una inmensa deuda social y al que le falta poco para enojarse y divorciarse de los que mucho prometieron pero jamás le cumplieron. La verdadera revolución se hace desde la autoridad moral de un gobierno eficiente, eficaz y promotor del desarrollo, no desde la prédica de neo apóstoles de dudosa procedencia.

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