Por: Jesús
Silva R.
Del
capitalismo se desprende un régimen económico según el cual la clase
propietaria de los medios de producción (industrias, tierras, bancos, etc)
acapara las riquezas que se originan del trabajo de la otra clase no
propietaria que le vende su jornada de esfuerzo físico y mental a cambio de un
salario.
Pero sería
ingenuo creer que tal sistema económico no tiene otros efectos en la sociedad,
de hecho, uno de los principales está en el aspecto ideológico, dicho de otro
modo, en el sistema de creencias y valores que predominan en la conciencia de
la sociedad, independientemente de que estas ideas sean justas o injustas.
Entonces, si
precisamente el capitalismo se basa en la "explotación del hombre por el
hombre", no es casualidad que en tiempos de revolución social, o de
tránsito hacia un modelo distinto al capitalismo, otras clases y sectores
sociales en proceso de liberación reproduzcan conductas explotadoras a partir
de las nuevas circunstancias de la época.
La clase
trabajadora es la principal explotada en la sociedad dividida en clases, pero
junto a ella existe un severa discriminación basada en género y etnia, donde
siempre figura la clase propietaria (burguesía) como la promotora fundamental
(tanto en la práctica como en lo ideológico) de estos exabruptos ancestrales.
Ni el
socialismo ni el comunismo proponen que el proletariado (clase trabajadora) se
convierta en nueva burguesía, es decir, que asuma la propiedad de las
industrias para vivir de la expropiación del trabajo ajeno. Muy por el
contrario, lo que esencialmente se plantea es que cada individuo viva del
trabajo propio, de allí la máxima de "a cada cual según sus
capacidades" en el socialismo, y "a cada cual según sus
necesidades" en el comunismo.
De modo que
resultaría contra natura o cuando menos un evento extremadamente absurdo, que
en un proceso revolucionario que procura implantar la igualdad de género para
que mujeres y hombres convivan en equidad tanto en lo social, lo económico, lo
político, lo jurídico, lo cultural y familiar; aparezca una pequeña secta de
supuestas dirigentes feministas que se autoproclame representante de todo el
género femenino y traficando con dicha condición, se consagren como burócratas
de alto nivel (becados con dinero del Estado), vivan de viaje por el mundo, tengan
elevados gastos por conceptos de viáticos, grandes sueldos y dirijan institutos
y ministerios como agencias de festejos y propaganda clientelar.
Igualmente
infame sería que en nombre de la discriminación étnica o racial, un pequeño
grupo de líderes provenientes de ese conglomerado afrodescendiente o de
cualquier otra procedencia no caucásica (blanca europea), se autodesigne
representante del universo de víctimas del racismo y trafique con esa causa
para consolidar para beneficio de su secta un nuevo estatus social de
privilegio tal como se ha señalado en el caso de las sectas feministas que
suplantan al conglomerado de mujeres.
Lo realmente
democrático y revolucionario es fomentar organizaciones y movimientos de masas
con jerarquía horizontal, donde los que han sido discriminados por género y por
etnia se vinculen a la sociedad abiertamente y desarrollen políticas
sistemáticas para superar esas barreras multifacéticas de desigualdad.
Constituye un
supremo desacierto propiciar la formación de nuevas élites o vanguardias
privilegiadas que se atrincheran en institutos, comisiones parlamentarias o
ministerios y se mantienen divorciadas de la masa social, pues tales
corporaciones solamente hacen vida endógena, es decir, operan hacia adentro de
ellas mismas, pero su acción e influencia hacia el mundo externo es
insuficiente o prácticamente nula.
En el
socialismo, y los procesos de transición hacia éste, se promueve una
reorganización de la sociedad destinada a superar las desigualdades y procurar
instaurar la igualdad plena en todos los ámbitos de la vida, sin embargo es
frecuente que nuevos grupos, antiguamente segregados, pretendan constituirse en
vanguardias privilegiadas o élites, así como ocurrió con la clase burocrática
de la Unión Soviética que (en la praxis) asumió el papel de nueva burguesía y
con la Perestroika reimplantó el capitalismo en esos países.
Marx, Lenin,
Ernesto "Che" Guevara, Fidel Castro, entre otros grandes
revolucionarios plantearon la unidad de todos los explotados para implantar la
nueva sociedad sin clases, de manera que crear divisiones o subdivisiones entre
los explotados (muy a la usanza estadounidense) solo contribuye a debilitar
(fragmentar) las luchas revolucionarias y fortalecer la dictadura de la
burguesía.