13 septiembre, 2012

DE LAS MINORÍAS EXCLUIDAS A LAS VANGUARDIAS PRIVILEGIADAS


 Por: Jesús Silva R.


Del capitalismo se desprende un régimen económico según el cual la clase propietaria de los medios de producción (industrias, tierras, bancos, etc) acapara las riquezas que se originan del trabajo de la otra clase no propietaria que le vende su jornada de esfuerzo físico y mental a cambio de un salario.

Pero sería ingenuo creer que tal sistema económico no tiene otros efectos en la sociedad, de hecho, uno de los principales está en el aspecto ideológico, dicho de otro modo, en el sistema de creencias y valores que predominan en la conciencia de la sociedad, independientemente de que estas ideas sean justas o injustas.

Entonces, si precisamente el capitalismo se basa en la "explotación del hombre por el hombre", no es casualidad que en tiempos de revolución social, o de tránsito hacia un modelo distinto al capitalismo, otras clases y sectores sociales en proceso de liberación reproduzcan conductas explotadoras a partir de las nuevas circunstancias de la época.

La clase trabajadora es la principal explotada en la sociedad dividida en clases, pero junto a ella existe un severa discriminación basada en género y etnia, donde siempre figura la clase propietaria (burguesía) como la promotora fundamental (tanto en la práctica como en lo ideológico) de estos exabruptos ancestrales.

Ni el socialismo ni el comunismo proponen que el proletariado (clase trabajadora) se convierta en nueva burguesía, es decir, que asuma la propiedad de las industrias para vivir de la expropiación del trabajo ajeno. Muy por el contrario, lo que esencialmente se plantea es que cada individuo viva del trabajo propio, de allí la máxima de "a cada cual según sus capacidades" en el socialismo, y "a cada cual según sus necesidades" en el comunismo.

De modo que resultaría contra natura o cuando menos un evento extremadamente absurdo, que en un proceso revolucionario que procura implantar la igualdad de género para que mujeres y hombres convivan en equidad tanto en lo social, lo económico, lo político, lo jurídico, lo cultural y familiar; aparezca una pequeña secta de supuestas dirigentes feministas que se autoproclame representante de todo el género femenino y traficando con dicha condición, se consagren como burócratas de alto nivel (becados con dinero del Estado), vivan de viaje por el mundo, tengan elevados gastos por conceptos de viáticos, grandes sueldos y dirijan institutos y ministerios como agencias de festejos y propaganda clientelar.

Igualmente infame sería que en nombre de la discriminación étnica o racial, un pequeño grupo de líderes provenientes de ese conglomerado afrodescendiente o de cualquier otra procedencia no caucásica (blanca europea), se autodesigne representante del universo de víctimas del racismo y trafique con esa causa para consolidar para beneficio de su secta un nuevo estatus social de privilegio tal como se ha señalado en el caso de las sectas feministas que suplantan al conglomerado de mujeres.

Lo realmente democrático y revolucionario es fomentar organizaciones y movimientos de masas con jerarquía horizontal, donde los que han sido discriminados por género y por etnia se vinculen a la sociedad abiertamente y desarrollen políticas sistemáticas para superar esas barreras multifacéticas de desigualdad.

Constituye un supremo desacierto propiciar la formación de nuevas élites o vanguardias privilegiadas que se atrincheran en institutos, comisiones parlamentarias o ministerios y se mantienen divorciadas de la masa social, pues tales corporaciones solamente hacen vida endógena, es decir, operan hacia adentro de ellas mismas, pero su acción e influencia hacia el mundo externo es insuficiente o prácticamente nula.

En el socialismo, y los procesos de transición hacia éste, se promueve una reorganización de la sociedad destinada a superar las desigualdades y procurar instaurar la igualdad plena en todos los ámbitos de la vida, sin embargo es frecuente que nuevos grupos, antiguamente segregados, pretendan constituirse en vanguardias privilegiadas o élites, así como ocurrió con la clase burocrática de la Unión Soviética que (en la praxis) asumió el papel de nueva burguesía y con la Perestroika reimplantó el capitalismo en esos países.

Marx, Lenin, Ernesto "Che" Guevara, Fidel Castro, entre otros grandes revolucionarios plantearon la unidad de todos los explotados para implantar la nueva sociedad sin clases, de manera que crear divisiones o subdivisiones entre los explotados (muy a la usanza estadounidense) solo contribuye a debilitar (fragmentar) las luchas revolucionarias y fortalecer la dictadura de la burguesía.

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