20 octubre, 2009

CARTA A MI PADRE, EL BUEN GUERRILLERO: JESÚS MANUEL SILVA ALFONZO. IN MEMORIAM


In Memoriam (05.10.1943 – 18.10.2009). Padre, era una noche de fin de año cuando la policía allanó tu morada y te llevó preso junto a tu mujer preñada, no tenías más de 20 años y apenas te habías casado una semana antes. Para Leoni eras un delincuente político, pero para nuestra digna guerrilla venezolana de los años 60 ya eras el Comandante Roberto. Tu cédula me reveló tu fecha de nacimiento (05-10-1943), aunque mi abuela María “Porcio” Silva me comentó que te aumentaste un año de edad para formalizar tu ingreso en la Juventud Comunista (JCV).


Iniciaste tu vida revolucionaria siendo todavía un niño, en las revueltas del célebre Liceo Miguel José Sanz de tu natal Maturín, causando la angustia de tu madre, entonces miembro del comité regional del Partido Comunista (PCV). Más tarde el terremoto de Caracas en 1967, te recibió esposado con el combatiente Perminio Villarroel en los sótanos de la Dirección General de Policía (DIGEPOL), propiciando un juramento de guerra que los hermanó por siempre.

En este primer rompecabezas que hago de tu apasionante vida, la lucha por los derechos del pueblo fue tu ideal inmutable, más de un evento o un amigo se me escaparán, pues fuiste siempre reservado ante los detalles de tus años en las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) y la izquierda comunista; sin embargo, mi vida política como dirigente nacional de la JCV y abogado de la central comunista de trabajadores (CUTV) me permitieron conocer mejor a varios de tus camaradas. Ellos me testimoniaron tu firmeza militante, tu convicción ideológica, tus proezas en las Unidades Tácticas de Combate (UTC) en el ámbito urbano y tus esfuerzos en el Frente Guerrillero Rural.


No hay duda de las maravillas que hallé en sus confesiones, ya para entonces las ideas del Marxismo Leninismo habían calado hondo en mi conciencia y en mi praxis social; de este modo recibí en mis afectos a tus mejores compañeros de armas como mis tíos elegidos y descubrí que por tu arte virtuoso como retratista en los murales, con los rostros del Che Guevara y Gustavo Machado, también te apodaron El Pintor.


Viajando con destino al XIII Congreso del PCV, el último al que asistí como delegado antes de la división, la vida me puso en la misma nave junto al indio Arturo Álvarez Vega, el mismo dirigente campesino que 47 años antes te llevó a ensayar con tu fusil en la montaña, era la evidencia del camino insurgente que ambos escogimos. Sin duda, tu cualidad de jamás rendirte al envejecimiento del espíritu era propia de los grandes revolucionarios y motor de la alegría en nuestra estrecha relación.


En esta sección de mi memoria, imposible es olvidar a nuestro amado Pedro Ortega Díaz, máximo exponente de las almas eternamente jóvenes. Tal como lo hice constar en su libro homenaje, él fue desde siempre una figura de afecto excepcional entre nosotros, tan grande era nuestro respeto hacia el maestro, que cuando tuve que dejar Maracay, le elevaste tu preocupación y su palabra sabia nos orientó. Desde niño me enseñaste que su proceder comunista era intachable y su consejo emanaba de la más alta autoridad moral. Desde que Pedro te visitaba en la cárcel hasta el día de su siembra, el vínculo fue inquebrantable.


Persecución, tortura, segregación y 5 años de ilegítima e intermitente privación de libertad impuesta por los gobiernos criminales del Puntofijismo, fue el precio que pagaste por las ideas de igualdad social que nunca abandonaste. En ocasión de tu último encierro (1973) en el cuartel San Carlos, junto con Rafael “El Negro” Uzcátegui, venciste la proyectada condena de más de 20 años de presidio (anunciada por un tribunal militar que te atribuía participación en rebelión). En esa ocasión, el Estado represor negaba tenerte preso y fue la valiente denuncia pública de “Porcio” y tus camaradas lo que impidió que tu desaparición forzada terminara en asesinato.


Cumpliste sacrificadamente tu papel, sin manchas de delación, deserción o cobardía y por eso siempre diré que aunque tu joven generación guerrillera no logró tomar el poder, no es menos cierto que fue capaz de poner los muertos y ello merece el mayor de los respetos, sobre todo frente a quienes han mirado la lucha solo desde su ventana. Atrás dejaste la celda del Tigrito y los calabozos, las UTC y las montañas, pero nunca tus convicciones sociales; así tu andanza de Quijote prosiguió en una lucha de clases ahora sin fusiles. De la mano de mi madre, Carmen Rivas, regresaste a la Universidad de Carabobo, allá ambos se titularon abogados, hasta que en Maracay se casaron y me trajeron al mundo.


Inevitable es referirme a tus últimos 30 años de postguerra, porque fue una etapa no menos fascinante que tu pasado en armas, ese tiempo lo vivimos juntos y fueron los años más felices de nuestras vidas. Hiciste del ejercicio libre del Derecho un gran apostolado social y tu intransigente defensa de los pobres me enseñó el respeto a todas las personas, pero con definitiva inclinación clasista por quienes menos tienen. Tu total desapego a la propiedad privada confirmaba tu ética propia del hombre nuevo que nacerá y se multiplicará en una sociedad futura, más fraternal y más humana.


Quienes te conocimos, aprendimos que tu concepto de familia iba más allá del límite de los parientes porque te dabas al prójimo y convertías tu hogar en mágico epicentro de afectos, libre de discriminación. Fuiste el amigo de todos y gran benefactor que guió a cientos de excluidos al ámbito de la educación y el trabajo, especialmente a los jóvenes infractores durante tu década en la Defensa Pública Penal.


Como dedicado protector de la flora y de la fauna, principalmente de las aves que aterrizaban en nuestro jardín, me mostraste la sublime libertad implícita en su vuelo; por tus lecciones, desde temprano aborrecí las jaulas; más tarde te deshiciste de mi rifle y jamás quise volver a cazar iguanas. Fuiste un permanente amante de la vida, ni la lucha contra el cáncer te cambió, tanto así que pocos días antes de la madrugada (18-10-2009) que te quedaste dormido para siempre entre mis brazos, el Presidente del PCV, nuestro amigo Jerónimo Carrera, te visitó en el área de cuidados clínicos intensivos para obsequiarte palabras de ánimo en tu cumpleaños y nos regalaste una sonrisa de satisfacción que nunca olvidaremos. Fuiste hasta el final un defensor convencido de la unidad con Hugo Chávez.


Padre, tu digna vida me enorgullece, gracias por enseñarme a amar al género humano y a entender que la única enfermedad que mata al hombre es la tristeza. Fuiste un héroe, pues solo los héroes son capaces de revivir en los adultos la felicidad de la infancia y juntos fuimos dos niños. Siempre pudimos jugar, reír, soñar, conquistar corazones y compartir una copa, disfrutamos extraordinarias lecturas y fuimos dueños del mundo a nuestro modo.


Infinitas gracias te doy por no haber permitido que mi hermana creciera en la prisión y ponerla en los brazos de mi abuela cuando aun eras un fugitivo.


Desde que vi acercarse tu partida, quise detener el tiempo, luego recordé que me enseñaste a vivir sin miedo y a darle sentido a la vida amando nuestras obras. Ya no intento prolongar las noches, ni persigo trasnochar el día, soy feliz sabiendo que seguiremos juntos más allá de nuestros cuerpos.


Gracias por haber sido el padre más amoroso del mundo. Nada apagará tu llama porque las ideas no tienen lugar ni tiempo, vivirás en mi conciencia cada día.


Hasta la victoria siempre.

Tu hijo,

Jesús Manuel Silva Rivas


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10 octubre, 2009

ROMEO Y JULIETA EN EL SIGLO XXI



Por: Jesús Silva R. (*)

El genial William Shakespeare se inspiró en el inagotable tema del amor frente a la adversidad para escribir una de las obras más apasionantes de la literatura universal: Romeo y Julieta. Su ilusión condenada a un amargo desenlace sucedió en una Inglaterra de finales del siglo XVI donde el individuo aun soñaba con fabricar una verdad liberadora creada desde su espíritu. Sin embargo, aunque el idealismo filosófico tuviera auge en su tiempo, ni en aquel siglo ni ahora, éste ha resuelto el problema de la división de clases sociales.

Para los asalariados de nuestra era, la jornada diaria de labor no permite tiempo para ensayar las maravillosas utopías que los artesanos de generaciones pasadas tuvieron la libertad de disfrutar mediante el trabajo libre y el control del propio tiempo.

De allí que si editara desde mis ideas una adaptación de esta legendaria obra, señalaría al régimen actual como el mayor enemigo de las relaciones humanas y advertiría sobre males más complejos pero tan letales como el odio descrito por Shakespeare entre las familias Montesco y Capuleto. En este planeta de explotadores y explotados, me resultaría muy real referirme a quien dejó a su mujer preñada en la provincia y se fue a la capital buscando medios para sostener a su naciente familia o a las vidas por nacer que son asesinadas por la miseria moral de nuestra época.

Aunque aquellos amantes provinieran de clases privilegiadas, no es menos cierto que se enfrentaron a la sociedad que los oprimía y ello los convierte en ejemplo para cualquier pareja proletaria en el siglo XXI; pues cualesquiera que sean las formas de dominación y abuso, presentes o futuras, la convicción de liberación social de los rebeldes es tan poderosa e indestructible como la noble causa shakesperiana. Jamás desaparecerán las almas que luchen por instaurar una sociedad de igualdad y respeto como único camino para la comunión afectiva de todos los seres humanos.

Hoy más que nunca el régimen social (conducido por unos pocos que se lucran con el trabajo de muchos) fomenta el egoísmo y nos aparta de la cultura general y el ejercicio de artes virtuosas que no produzcan dinero. Se nos niega la posibilidad de organizarnos de forma distinta para dedicar más tiempo a otros propósitos reconfortantes de la vida como la consolidación de la pareja, la familia, la amistad, la creación intelectual y las contribuciones sociales. Seguramente los malogrados Romeo y Julieta nos dirían que la verdadera felicidad humana siempre ha estado en defender la libertad.

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