Jesús Silva R.
"Es demasiado rápido, no tiene sentido continuar". Así le dijo el entrenador Nacho Beristain a Óscar De La Hoya, segundos antes de comenzar el noveno round de su pelea contra un entonces poco famoso Manny Pacquiao. Óscar era más grande y fuerte pero demasiado viejo y se desplazaba en cámara lenta. Manny, era enano y de brazos cortos, pero se movía tan veloz como el ratón de comiquitas "Speedy González" y se hallaba en el esplendor de sus facultades boxísticas impulsado por la juventud, divino tesoro.
Este ejemplo se repite en otros escenarios de la vida, como cuando tercamente corro con mi chancleta detrás de una cucaracha que ampliamente me supera en velocidad y al final se oculta bajo la nevera. Para eliminarla, cambio de estrategia y apelo al insecticida porque entiendo que en guerra de rapidez nunca le voy a ganar.
Pero hay casos de rango nacional que están todavía por resolver y no son materia de chiste ni sarcasmo...
Como cuando en las estructuras burocráticas, el profesional excelente se ve desplazado por otro que es mediocre en el trabajo pero fantástico en la adulación al jefe. La nación entera paga las consecuencias con malos servicios públicos.
O como cuando el pueblo busca construir el poder comunal soñado por Hugo Chávez, pero un neonato gobierno comunitario (de burócratas) le arranca competencias previstas en la ley y afianza una usurpación de funciones. ¿Dónde están hoy las comunas y consejos comunales que un angustiado Chávez reclamaba meses antes de su muerte?
O como cuando suben los sueldos, pero los precios se elevan a mayor velocidad en la vigente locura de la dolarización de facto que actualmente nos arropa.
Me niego a creer que estas son batallas perdidas o peleas de burro con tigre como dicen los llaneros.
Pues a diferencia del anciano De La Hoya, que tiró la toalla en aquella pelea y con un sólo ojo vio el final de su carrera (el otro ojo se lo cerró Pacquiao a puño limpio); el pueblo de Venezuela (hoy con un ojo hinchado en el ámbito económico, político y social) no puede rendirse frente a la guerra económica, al bloqueo imperialista, ni a la traición de apátridas que piden la invasión extranjera.
Tampoco puede esta patria bolivariana y rebelde firmar un cheque en blanco a pretendidos apóstoles que (paseándose con costosas prendas de lino rojo y viajando en lujosas camionetas japonesas del año) son sordos al grito del pobre, maltratan al soberano de a pie, consolidan el burocratismo y contribuyen (por acción o por omisión) con la corrupción que ha desgarrado a PDVSA y a otras dependencias nacionales.
Para retomar la senda del socialismo chavista, del buen vivir, de aquella clase media que tenía poder adquisitivo proveniente de su trabajo honesto, de aquel estrato popular que llenaba su carrito de supermercado pagando con cesta ticket, hace falta darle respeto y participación efectiva al pueblo, tanto en la acción política como en la económica, en alianza con un gobierno Revolucionario (con R mayúscula).
Urge rescatar el valor del trabajo, dignificar el sueldo, fomentar la producción de la pequeña y mediana empresa, priorizar la organización comunal, fomentar debate abierto, tolerar la crítica y ensayar una autocrítica gubernamental traducida en rectificaciones concretas.
La trampa de un neoliberalismo encubierto, que libera precios y choca copas de vino con grandes empresarios que especulan impunemente, puede enterrar el legado de Hugo.
Tolerar a oligarcas importadores cometiendo masivos delitos de usura en la venta de alimentos y medicinas, no dará gobernabilidad ni paz porque el pueblo se cansa y puede estallar, ni será esta la fórmula sanadora para la enferma economía venezolana.
Urgente es retomar el concepto original del socialismo, que nosotros, revolucionarios de a pie, seguimos defendiendo incondicionalmente: un modelo de Estado en el cual la clase trabajadora asume el poder económico y desde esa posición ejerce el poder político. Es tiempo de menos sectarismo y más inclusión. No habrá persecución política con fachada judicial que nos empuje a la derecha. Está historia continuará.