Jesús Silva R.
La mayoría no son los chavistas, tampoco los opositores, actualmente la mayoría está representada por los ciudadanos del pueblo de a pie que viven preocupados por Venezuela. La política la siguen haciendo aquellos que tienen el poder. 2019 se consumió en una lucha entre poderosos, por un lado el gobierno nacional y por el otro la oposición radical apoyada por Estados Unidos. La política usurpó a la economía pues aunque esta última es el mayor problema del país, la atención se concentró en el duelo Maduro vs Guaidó. Por lo tanto 2020 exige un acuerdo de paz política y dedicarse más a lo económico.
El dólar en nuestro país desplazó a la moneda nacional, es una realidad indiscutible. Se trata de una auto regulación económica que la sociedad se ha dado para sobrevivir a la hiperinflación y a la maxi devaluación monetaria. Urge eliminar trabas gubernamentales para la libre circulación de esta divisa, inclusive su bancarización, hasta donde lo permitan las feroces sanciones de EEUU.
La oposición radical conserva el apoyo incondicional del gobierno norteamericano, a pesar de las derrotas y promesas incumplidas en torno a tumbar a Maduro. Voluntad Popular es más querida en Washington y en Miami que en cualquier ciudad de Venezuela. Esa tolda partidista debería administrar mejor su exitoso lobby y no insistir en salidas aventureras. Esto sería clave para volver a la legalidad electoral en futuros escenarios de negociación de paz con el gobierno, sea en Oslo o donde sea.
Los colaboracionistas hacen el papel de adversarios del gobierno porque los enemigos reales asumieron posturas demasiado radicales, tanto que están vetados en los canales de televisión. Lo ideal es que reaparezca una oposición política democrática que apoye la ruta electoral. Y en el caso de los colaboracionistas que no han logrado convencer a los gobiernos gringos y europeos de que hay libre juego democrático en Venezuela, bien se les pudieran asignar tareas más acordes a sus destrezas histriónicas, por ejemplo, en la Casa del Artista o en el Teresa Carreño.
La crítica y la autocrítica revolucionaria no vive su mejor momento. Ta vez porque en tiempos donde Trump está muy cerca de invadirnos se requiere de máxima unidad y los revolucionarios que criticamos nos vemos mejor calladitos. Sin embargo nunca en nombre de la unidad se puede exigir callar frente al burócrata déspota o al funcionario corrupto, pues son estas bestias los reales enemigos de la unidad y del pueblo. Me preocupa la expansión del jalamecatismo pseudorevolucionario tanto como el creciente cementerio político de chavistas autocríticos. Urge reimpulsar espacios de debate franco, tolerar la diversidad y honrar el artículo 67 constitucional, o sea, elecciones libres y por la base en todos los partidos.
En lo que atañe al derecho constitucional, una ciencia universal que permite regular la estructura y funcionamiento de los Estados, les advierto, me preocupan los opinadores que quieren menoscabar la Constitución. Prohibido olvidar los valores democráticos como separación de poderes, controles y contrapesos, y federalismo, entre otros. Existe un ente supremo llamado Asamblea Constituyente que domina a los poderes constituidos pero no la conciban nunca como supraconstitucional porque ni ella ni nadie está por encima de la Carta Magna. Promuévase en 2020 la nueva Constitución largamente prometida y refundemos el pacto social de convivencia.
Por último, mi mayor preocupación es el riesgo de un canibalismo social. No es sólo el deterioro económico lo que genera angustia. Se está multiplicando un nuevo venezolano en la vida pública que desaplica la solidaridad, el respeto y la empatía. Rescatemos valores humanistas. Elecciones y cohabitación en 2020 son el camino para rescatar a Venezuela.