Jesús Silva R.
Una fórmula diplomática de paz quedó
formalizada en el Pacto de Santa Marta del año 2010, mediante el cual
Venezuela socialista y Colombia capitalista se comprometieron a respetarse
políticamente y ayudarse en materia económica para el bien de sus pueblos. Aunque
los enemigos de la paz conspiren contra este pacto, no cabe duda de que se
trata de un ejemplo a seguir en cuanto a la armonía internacional en el siglo
XXI, especialmente entre naciones cercanas con políticas opuestas. Venezuela
estará siempre comprometida con el ideal pacifista.
La verdad es que ningún país puede
imponerle a otro un proceso de cambio radical, pues son precisamente las
desigualdades sociales en cada región las que sirven como causante para que los
pueblos desarrollen sus propias experiencias de rebelión con adicional
inspiración histórica. Esta enseñanza revolucionaria mantiene plena vigencia,
se llama coexistencia pacífica y forma parte sustantiva del legado chavista. De
allí que las relaciones de Venezuela con la vecina Colombia estén basadas en la
no intromisión en temas internos de cada Estado.
Las relaciones de Venezuela con
Colombia tienen inmenso impacto en la política interna de los venezolanos,
porque cada vez que se produjeron episodios de conflicto en estas naciones
vecinas, el chavismo sufrió perjuicios políticos y electorales. Los años 2007 y
2010 son claros ejemplos del “Efecto Bogotá”, pues sobrevinieron derrotas en la
reforma constitucional y baja votación a la Asamblea Nacional, respectivamente.
En ambas ocasiones estuvimos
perturbados por un escenario de preguerra con Colombia, que restó entusiasmo al
electorado chavista por temores de un conflicto armado binacional y un
significativo nivel de desencanto hacia el Gobierno Nacional, por lo que fue
considerada una política exterior belicosa de parte de Caracas.
Hoy el hecho se repite, a los varios
focos de conflicto que se han generado para crear ingobernabilidad contra
Maduro y derrocarlo (acaparamiento, inflación, polarización, devaluación,
AH1N1, entre otros) se suma un acto de provocación evidente de parte de la
oligarquía colombiana, como lo es que el presidente Juan Manuel Santos le
brinde recibimiento público al ex candidato presidencial Henrique Capriles
Radonski, con ocasión a la agenda subversiva de este último.
De acuerdo a esa agenda propagandística
de Capriles el único funcionario legítimo en Venezuela es él mismo, no cree en
el CNE, ni en el TSJ, ni en la Asamblea Nacional, ni en el Consejo Legislativo
de Miranda, ni reconoce al Presidente Nicolás Maduro. De modo que a todas
luces, cuando Santos le facilita visibilidad internacional a Capriles en estas
circunstancias, comete un acto inamistoso contra Venezuela y viola el Pacto de
Santa Marta (coexistencia pacífica de los dos Estados, por
encima de sus modelos antagónicos, y la promesa de no intromisión en los
asuntos internos de cada país).
Para la diplomacia internacional (la
política ejercida entre los países) atender a Capriles en Bogotá es como
atender a Timochenko (jefe de las Farc-Ep) en Caracas. Saben los estudiantes de
pregrado en Derecho así como cursantes en Estudios Políticos e
Internacionalistas, que a la luz del Derecho Internacional Público, que Capriles es
un gobernador de una entidad regional que posee legitimidad de origen por ser
autoridad electa por el pueblo y, en consecuencia, es un sujeto legal del
Derecho Interno venezolano. Mientras que Timochenko encabeza una fuerza
subversiva sin reconocimiento de su país ni internacional como fuerza
beligerante, que además EEUU y la Unión Europea califican como estructura
vinculada al narcotráfico y al terrorismo.
Ahora bien, confundir política y
Derecho en este caso sería inadmisible para los observadores avezados, aunque
los medios de la derecha internacional se escudarán en ese argumento para
presentar a Maduro como el autobusero neófito, un disparatado bravucón que
padece el sarampión de izquierda, un ignorante hombre de Neardental sin
nociones mínimas en el contexto de las relaciones internacionales, y a Santos como
un culto demócrata que con moderación, prudencia y modernismo le dispensó una
cordial y bienintencionada recepción al gobernador de Miranda.
Demás está decir que este tipo de
malintencionadas falsificaciones no son nuevas, de hecho, han tenido larga data
y pegada mediática en los medios de comunicación del mundo para desprestigiar a
quienes no se subordinan a EEUU. Inclusive revolucionarios mordidos por el gusanillo del miedo, se pliegan a esas matrices con total premeditación
y alevosía.
Tanto funciona esa perversa maniobra
mediática que cuando Santos (entonces ministro del presidente Uribe) bombardeó
territorio ecuatoriano, para la prensa internacional los violentos no fueron
Uribe ni Santos, sino los presidentes que protestaron acaloradamente por ese
hecho criminal: Correa, Chávez, Evo, Ortega, entre otros. Quedaron estos
últimos una vez más como izquierdistas radicales adictos a la violencia y al
belicismo.
A falta de acuerdo diplomático (omisión
del Pacto de Santa Marta), seguramente deberá apelarse a los principios
generales de soberanía, Colombia podrá recibir a quien quiera, incluyendo
venezolanos que se alcen contra los poderes constituidos del Estado venezolano;
y Venezuela no tendrá impedimento de hacer lo propio con los actores de la
realidad colombiana (legales o ilegales), además de reconfigurar sus relaciones
económicas para que un gobierno hostil como el de Santos no se siga llenando
los bolsillos a expensas de la economía venezolana.
Seguramente podemos importar productos
de otros países (Mercosur) que demuestren mayor compromiso con el respeto hacia
nuestra soberanía e independencia. No cabe duda que Maduro ha hecho lo correcto
al emitir severas advertencias a Santos, pues todavía hay tiempo de recomponer
las relaciones y retomar la senda de la no injerencia.
Un hipotético silencio del Presidente
venezolano habría sido estimado como un gesto de debilidad política y
alejamiento de los valores patrióticos que históricamente han identificado a la
Venezuela digna que nos dejó Hugo Chávez. Ahora que Colombia solicita su formal
ingreso a la Otan, todo indica que se distancia mucho más de Caracas y se
abraza totalmente con Washington. Muy mal síntoma para la seguridad de la
región latinoamericana, así deberá constar en términos de la política real que
circula en los informes confidenciales de alto nivel gubernamental.
Tal ingreso revela el empeño yanqui de que Suramérica
sea el manso traspatio gringo que fue antes de la aparición del legendario
Chávez. Debemos asumir la realidad, el imperialismo conserva su interés
colonialista de implantar la división entre nuestras naciones hermanas (propiciar una guerra que justifique su intervención y control de nuestro petróleo), además
de ser bien conocida su pretensión de convertir a Colombia en el Israel de
América Latina para tales fines. Colombia ya está en la Otan, así se desprende de nuestras investigaciones anteriores: http://www.aporrea.org/tiburon/a85045.html
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