Por: Jesús Silva R.
Para bien o para mal, es terriblemente complejo establecer una zona no confrontativa para el diálogo ciudadano, sobre todo cuando se
aproximan eventos electorales, tal como sucede en Venezuela. Sin embargo, más allá
de ese evento coyuntural, el Estado como paradigma universal en sí mismo ha sido confeccionado
para jugarse el todo o nada, a favor o en contra, de un liderazgo político. Es
entonces cuando el juego electoral deja de ser tal y adquiere características
de guerra radical entre polos.
Construir una política sin agresividad y ánimos
de triturar al adversario parece una aspiración quimérica que termina
consumiendo a idealistas, impacientes y románticos en su necedad peregrina. No se trata de
la confrontación entre el capital y el trabajo, una lucha que persiste hasta
nuestros días, sino de un fetichismo por grupos y candidaturas que sustraen
a los pueblos de la real posibilidad de resolver su destino al margen de rencillas, convulsiones sociales y
traumas históricos.
Eso que llaman la agitación electoral promovida
por los polos a través de tácticas de toda naturaleza, genera un ambiente de crispación
que hace mella en el sosiego de los ciudadanos. Sólo cuando llegue ese futuro ideal que la
filosofía social describe como la sociedad sin clases o la sociedad del hombre
y la mujer nueva, tal vez la especie humana se haya elevado intelectual y
culturalmente suficientemente para implementar una forma de organización
comunitaria que no dependa de cíclicas guerras electorales ni vencedores, ni vencidos.
La humanidad deberá desarrollar una sociedad
que se base en el consenso entre sus miembros y ya no en la conquista de la
mitad más uno, que siempre deja inconformidades y reconcomios en los
minoritarios y también entre quienes ganan. Pero mientras acumulamos fuerzas hacia ese estadio ideal, quienes
propongamos el sueño de un diálogo humanista entre todos sin exclusión, acusación,
ni distingo de credo, raza, religión o política, enfrentamos el riesgo
inminente que supone la vida en la industrialización, el mercado y la venta diaria que el
obrero hace de su fuerza de trabajo frente a empresarios y burócratas, pues vivimos en un mundo de
parcialidades donde la libertad plena es un mero abstraccionismo.
“O estas conmigo o estas contra mi” fue la
infausta frase de un poderoso villano del norte que como buen discípulo de Hitler quiso dividir el mundo en
dos bandos irreconciliables, entonces pertinente es subrayar que su legado de misantropía nunca debería ser copiado por ningún
pueblo del mundo, mucho menos por quienes históricamente han sido los
principales afectados de las acciones invasoras y brutales de los actuales gendarmes del
globo terráqueo.
Poetas, inventores y soñadores, antes que
animales políticos, nos declaramos quienes con el afán de sentirnos libremente
vivos, defendemos la libertad de expresión del adversario y la propia, aun cuando no se compartan ideas. Quijotes y majaderos quienes abogamos por causas e instituciones como la paz y la convivencia que todavía no terminan de afianzarse. Al final, del avenimiento y la
cohabitación depende la supervivencia de los moradores del planeta.