Por: Jesús Silva R.
El proceso de destrucción de los anacrónicos partidos del Pacto de Punto Fijo tuvo su primer momento crítico cuando el opusdiano Rafael Caldera aprovechó las circunstancias de ausencia de liderazgo (militares bolivarianos encarcelados) y maquillándose como la supuesta nueva alternativa, capitalizó el descontento de los venezolanos y sus aspiraciones de cambio nacional.
Ya para entonces Acción Democrática había dejado de ser aquella temible maquinaria que arrasaba en cada proceso electoral, la misma que gobernó la mayor parte de la era puntofijista y que sólo sufrió dos accidentes, perdiendo ante su hermano menor (Copei) por peculiares anécdotas del bipartidismo que son materia de otros análisis.
Pues bien, en esa historia de desmantelamiento del bipartidismo burgués que se apoderó de nuestro país, sin suda sobresale la figura de Hugo Chávez como el mayor protagonista. Él, la opción realmente revolucionaria y diferenciada del viejo régimen venezolano, tuvo el extraordinario mérito de transformar su liderazgo insurreccional de febrero de 1992 en una plataforma política que resultó triunfante en 1998.
Al iniciar la Revolución Bolivariana, los ex Reyes del Olimpo (AD), habían acumulado una catastrófica pérdida de prestigio ante la población que los catalogaba como responsables fundamentales de la degradación de la política, la perversión de la administración pública, la corrupción, el clientelismo y el neoliberalismo, entre otros males. Es decir, AD visualizado como máxima referencia de un pasado al que la gran mayoría de los venezolanos jamás desearemos volver.
Tras su aparatoso retiro de las elecciones parlamentarias en 2005, la directiva adeca ponía en peligro su existencia en el panorama nacional, pues todo indicaba que la otrora aplanadora electoral había optado por un rumbo distinto al camino democrático. Ni experimentos subversivos, ni infundadas denuncias de fraude contra el CNE lograron otorgarle credibilidad frente al pueblo. Simplemente los adecos vivían su peor momento desde su participación en el Golpe de Estado de 2002 y el Paro Petrolero, ambos actos repudiables que fueron derrotados por la ciudadanía venezolana y que claramente los desenmascararon como conspiradores apátridas, aventureros sedientos de poder (tutelados desde Washington).
El pasado 12 de febrero de 2012, AD y sus secuaces (Copei y otros cascarones vacíos) demostraron que las maquinarias (antiguas aplanadoras electorales) pertenecen a la mitología venezolana del pasado siglo, pues la novel organización política de la aristocracia venezolana, Primero Justicia, con poco más de una década de existencia, les propinó una humillante derrota en las elecciones primarias de la denominada Mesa de la Unidad Democrática.
Lejos de magnificar como líder a Henrique Capriles Radonski, lo cierto es que se impuso con alrededor de un millón de votos por encima de su principal contendor, Pablo Pérez; lo cual superó las expectativas de antichavistas y chavistas que suponíamos un escenario más competitivo porque apreciábamos la capacidad del aparataje de AD, aunque una vez más se compruebe que éste hoy es más una destartalada cafetera que aquella nave veloz que existió hasta los tiempos de CAP. Sencillamente nadie esperaba que AD sufriera esta gigantesca paliza.
En cualquier caso, distante está Capriles de emular la proeza de Hugo Chávez, un personaje nacido en el interior de una familia de clase trabajadora que con propios esfuerzos gestó una organización eminentemente política dentro de la Fuerza Armada Nacional para, en el momento adecuado, dar un rebelde paso al frente y confrontar a la falsa democracia de las elites que tanto ultrajaron y empobrecieron al pueblo venezolano. El mismo que se ha convertido en un extraordinario estadista que ha consolidado la democracia bolivariana y a la vez encabeza las luchas antiimperialistas de la América Latina en el siglo XXI.
En efecto la historia de Capriles es otra, una vida sin riesgos ni contratiempos. Pues como hijo de una familia de privilegiada posición social, su carrera política ha gozado del generoso patrocinio de super poderosos consorcios económicos nacionales y extranjeros que apuestan a la construcción de una nueva derecha hegemónica en Venezuela y simplemente reniegan de AD por ser causante del declive del Pacto de Punto Fijo y la llegada de la Revolución Bolivariana.
Capriles, principal exponente de los yuppies (young urban professionals) en la actualidad, representa el instrumento escogido por un ala de la burguesía redicada en nuestro país (y más allá) para desplazar a los adecos (como en efecto ha sucedido) de la jefatura del antichavismo venezolano y protagonizar la aventura de reinstaurar una democracia regida por la clase capitalista empresarial, que sea servil a EEUU y explotadora del pueblo venezolano.
El camino hacia las elecciones presidenciales del 7 de octubre es una todavía por escribirse cuya evolución y desenlace corresponde a nuestros próximos estudios, por ahora, lo visible es que Capriles ha sacado provecho en 2012 de las migajas que le dejó Hugo Chávez desde 1998, es decir, una AD arrodillada y virtualmente destruida.
Aunque en el mundo de la política se conozcan entelequias y cascarones vacíos que tardan años antes de desaparecer definitivamente, no es menos cierto que AD ha sido remitida fatalmente a los sótanos de la sociedad política venezolana; pues luego de haber perdido la jefatura del país, hace pocas horas se oficializó que también perdió la jefatura del oposicionismo criollo en manos de un desangelado sepulturero y sus amigos, todos ellos extraídos de una oligarquía sifrina que profundamente los desprecia.
Seguramente hoy el caudillo del verbo altisonante, Henry Ramos Allup, deberá decir: Que lejos han llegado los lechuguinos, petimetres y ultramontanos.
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