Capitalismo y consumismo van de la mano para lavar cerebros sin distingo de clase, raza, edad, sexo o religión en el marco de su cultura desquiciante y embrutecedora. Bajo su perversa influencia, el profesional de clase media compra la costosa camioneta sin importarle su angustia de inquilino ni el puñado de tarjetas de crédito que jamás podrá pagar. El joven del barrio negocia para pagar en dos partes, los zapatos del jugador de basket norteamericano que cuestan más de la mitad de su salario y compromete su última quincena. La universitaria, fetichista de la estética, aparta su aguinaldo para la liposucción de su abdomen y sus implantes mamarios aunque no tenga idea de cómo pagará la inscripción de su próximo semestre. La familia Arrieche honra su apellido porque Chávez recortó el cupo de dólares que usaban para estafar con los viajes y el niño de mi vecina arma un berrinche cada vez que no lo llevan al McDonald.
En efecto, no es extraño que cualquier ser humano se halle impregnado, en mayor o menor medida, de la cultura capitalista en que vivimos. Sin embargo, la conciencia individual debe preservarse prioritariamente sobre la base de nuestra propia historia, la crítica social y la dignidad humana que nos afirma como seres auténticos frente a los demás. De este modo al convivir con la masa heterogénea de la sociedad, manejaremos con mayor sabiduría las contradicciones sociales, principalmente las derivadas de la división de clases y demás formas de discriminación; pues la síntesis de estas reflexiones y experiencias es la que mejor puede alimentar nuestro razonamiento individual y colectivo. Así como el psicoanálisis freudiano estudia las normas que rigen la mente del individuo, el socialismo examina las leyes que orientan el desarrollo social, por lo que al unificar ambos análisis, confirmaremos que la formación del hombre y la sociedad que lo rodea son procesos interdependientes.
Ante estas realidades, sin duda habrá quienes adaptarán su pensamiento al régimen capitalista en procura de una existencia acomodaticia, pero no es menos cierto que seguirá habiendo quienes hagamos oposición a los explotadores y sus mucamos; asumiendo el deber de fortalecer la ideología popular para derrotar las prácticas y antivalores de esta época viciada. En definitiva, mientras bandidos y sumisos se entregan al servilismo y la adulancia, los revolucionarios debemos sostener nuestro combate intransigente contra las cadenas idiotizantes del capitalismo y lograr la liberación.
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